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El combate espiritual

EL COMBATE ESPIRITUAL


Todos tenemos en nuestra mente esa bella figura del arcángel con espada en mano en lucha contra Satanás, porque ¿Quién como Dios? Si El es, si sólo Dios es, nosotros solamente debemos servirle. Y al igual que los ángeles, ser prontas a la voz de su palabra, fieles ejecutoras de sus órdenes.

Con ese deseo vinimos al convento: hacer la voluntad de Dios. Y no solo eso, sino que dejando todos los otros quehaceres, dedicarnos afanosamente en nuestra vida a solo buscar la voluntad de Dios. Pero todas sabemos que eso significa entablar una lucha de por vida. Una lucha contra el enemigo, contra el mal, contra todos nuestros desórdenes interiores. Y sería para desanimarse mirando todo esto de frente, más nos encontramos llamadas a este carisma mínimo de conversión constante. Una conversión continua requiere una lucha continua. Es decir hemos entrado en el combate espiritual. Ya lo percibimos el día de nuestra profesión, cuando al imponernos el hábito se nos disponía para la lucha y se nos daba las armas necesarias:

 

“Este hábito, que tu sierva llevará como signo de penitencia según las prescripciones de la Regla que desea observar, sea para ella armadura y defensa segura contra todas las insidias del enemigo. Que en virtud de estas vestiduras y de su potencia sobrenatural, su espíritu pueda estar al seguro de todas las inmundicias del pecado, de las debilidades humanas y de las asechanzas del demonio; y que con el corazón libre de las vanidades de este mundo, pueda perseverar fielmente en la virtud y llegar a Ti.”

Y al momento de revestirnos del mismo:

Ø  El Dios de los ejércitos te revista de la coraza de la justicia, te inflame en santo fervor y ardas en el deseo de los bienes celestiales.

Ø  Nuestro Señor Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, te arme con el yelmo de la salvación y te proteja en el día del combate.

Ø  El Dios de toda potencia te ciña de fuerza con el cíngulo de nuestra milicia, para que puedas dominar las sugestiones de la concupiscencia que se rebela dentro de ti.”(Del Ritual de Profesión)

Vestimos pues este hábito, que es como la bandera que nos indica nuestra vida de mínimas. Que “estemos fuertes y constantes en la batalla” (Carta de S. Francisco de Paula) para “perseverar cada día de bien en mejor”. Si vivimos con coherencia nuestra “Vida y Regla” tendremos asegurada la victoria final porque “esta es queridísimas Hermanas, la ley y Regla, suave y santa, que os exhortamos a acoger con humildad y a custodiar fielmente de modo que mediante su observancia, podáis al fin conseguir felizmente de la mano del Señor la bendición perenne, la gracia y la gloria sempiterna” (Reg X).

Los santos, conocedores de que la vida en definitiva es una lucha entre el bien y el mal, se dedicaron a con todas sus fuerzas. San Francisco de Sales tenía siempre consigo un libro titulado “El combate espiritual” del religioso Lorenzo Scúpoli y lo recomendaba leer por su gran sabiduría. De ahí copio estos párrafos que están bien relacionados con nuestro carisma mínimo:

 

“Si aspiras, pues, hija mía, no solamente a la santidad, sino a la perfección de la santidad, siendo forzoso para adquirirla en este sublime grado, combatir todas las inclinaciones viciosas, sujetar los sentidos a la razón, y desarraigar los vicios (lo cual no es posible sin una aplicación infatigable y continua); conviene que con ánimo pronto y determinado, te dispongas y prepares a esta batalla, porque la corona no se da sino a los que combaten generosamente.”

“Por que has de saber, hija mía, que en esta pelea espiritual no puede ser vencido quien no deja de combatir y de confiar en Dios, cuya asistencia y socorro no falta jamás a sus soldados, bien que algunas veces permite que sean heridos. Combatamos, pues, constantes hasta el fin, que en esto consiste la victoria; porque los que combaten por el servicio de Dios y en Él solo ponen su confianza, hallan siempre para las heridas que reciben un remedio pronto y eficaz, y cuando menos piensan ven al enemigo a sus pies.” 

No descuidemos pues, esta batalla espiritual, donde no luchar es ser vencido y aquí entramos todas: sanas y enfermas, jóvenes y mayores, superioras y súbditas. Pero no nos desanimemos pues mientras luchamos, tenemos asegurada la victoria con la ayuda de nuestro santo patrono San Miguel y la protección particular de nuestro Padre San Francisco que ya la ha experimentado y goza felizmente de la gloria.

 

ML  Daimiel

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