Orar
Desde el amor recibido -Domingo XXXIII
DESDE EL AMOR RECIBIDO DE DIOS

Quien hace fructificar los talentos recibidos, es aquel que camina abierto a todos, feliz y entregado, ENAMORADO DE JESÚS y SEDIENTO DE LA VOLUNTAD DEL PADRE. Me encanta que todos descubran a Jesús, y me encanta que tú, que lees estas líneas, seas un instrumento, frágil, pobre, calamitoso, sí, pero enardecido de amor por Jesús y por todos; eso, mis queridos hermanos, es lo que llena el corazón de tantos hombres y mujeres, jóvenes y niños, que buscan a Dios, a través de ti, de mí; como dice San Pablo: Somos unos pobretones que enriquecen a muchos. Seamos como esa mujer hacendosa que hace feliz a quien se le acerca, empezando por su casa, que abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Dichoso, sí, dichoso el que vive en el Señor.
En el fondo, Señor, todo creyente debiéramos ser cauce de luz, de alegría, de esperanza, de belleza. Debiéramos ser presencia de tu Santidad con nuestras palabras y nuestra vida, cada día más enamorada de Ti; por eso, Señor, por los ejemplos que nos regalas a diario, enséñanos a saber descubrirte en el hermano, en el acontecer diario, en todo.
Ayúdanos a ser para los demás, no para nosotros mismos. ¡Esa es la verdadera entrega en cualquier vocación: SER PARA LOS DEMÁS DESDE EL AMOR RECIBIDO DE DIOS!
Cuando Dios pide más, automáticamente capacita para dar más, por su gracia. ¡Un año más de vida, es un año más de gracia y santidad... si trabajo! Se trata sencillamente de fructificar los talentos recibidos.
Nos ilumina S. Juan Crisóstomo: “Contribuyamos con todo cuanto tengamos a favor de nuestro prójimo. Porque los talentos son aquí las posibilidades de cada persona. Que nadie diga: ‘Yo no tengo más que un talento y no puedo hacer nada con él’. No… Nada es tan grato a Dios como el vivir por el bien de los demás. Si Él nos dio palabra, y manos, y pies, y fuerza corporal, y razón, y prudencia, es porque quiere que de todo nos valgamos para nuestra propia salvación y para el aprovechamiento de nuestro prójimo… no sólo el que obra mal, sino también el que no hace el bien, es culpable. Escuchemos, pues, estas palabras. Mientras es tiempo, trabajemos por nuestra salvación”.
Acoge mi pequeñez y sigue iluminando el mundo, para que el gran día no nos sorprenda como un ladrón, sino que estemos vigilantes como hijos de la Luz, derramada en nuestro corazón.
Sor Rocío -Mínimas Daimiel