Orar
Misericordia con los hermanos
“Nadie se parece más a Dios
que el que tiene misericordia por sus hermanos”

Domingo XXIV

Hoy nos recuerda la Palabra de Dios la grandeza del perdón y la misericordia. Para ello nos muestra dos claves: “Piensa en tu fin y cesa en tu enojo”. ¡Sí!, cesa en tu enojo, porque “el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia”, porque “en la vida y en la muerte somos del Señor”, porque Jesús nos precede y alienta: ¡Perdona de corazón a tu hermano!
Allí donde hay perdón de los pecados, encontramos el Amor misericordioso de Dios. Si aprendemos a perdonar podremos reproducir esa capacidad misericordiosa que Dios pone en nosotros. Quien es capaz de perdonar, hace que el perdón florezca entre los demás.
Desde esta certeza cristiana, debemos caminar. Dios espera todo y no quiere medianías. Es Dios quien nos regala con presencias hermanas que nos hacen presente SU PALABRA y nos animan y estimulan. Sí, la fraternidad de Jesús es un camino de perdón y misericordia. Sí, cada palabra, cada sonrisa, cada gesto amigo y hermano, nos llena el alma y nos adentra en el Misterio al que Dios nos llama y que muy bellamente ha expresado otro hermano y compañero de camino. En sus palabras se condensa muy bien cuanto quisiera expresar, es como si leyera en palabra ajena, lo que Dios desea y espera de mí: ser esa monja misericordiosa, ese tesoro escondido en el seno de mi comunidad, que irradie paciencia, humildad, caridad... ¡Sí! lo deseo de todo corazón y hay mucho que andar todavía, yo diría que toda la vida es un camino de progreso en el perdón y la misericordia. Una vez más tengo que rendirme ante Dios y constatar que hay que luchar firmes para no sucumbir. Así nos comparte su experiencia Guillermo de Saint-Thierry, en su descripción detallada del monje misericordioso:
“Conscientes de nuestra común debilidad, es necesario humillarnos los unos delante de los otros y tenernos piedad mutuamente...paciencia mutua, humildad mutua, caridad mutua... pues el ver y aceptar la miseria común lleva consigo la exigencia de una común misericordia...pues nadie se parece más a Dios que el que tiene misericordia por sus hermanos... monjes y monjas de estos se encuentran en cada comunidad religiosa. Son el tesoro escondido. Son los terapeutas de sus hermanos. Iconos vivientes de Cristo servidor en medio de los suyos, su ‘humilde amor’ construye la Iglesia”.