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Cristo nos trae la vida divina -Semana Santa
CRISTO ASUMIÓ NUESTROS PECADOS PARA DARNOS LA VIDA DIVINA

Durante la Cuaresma la liturgia ha venido poniendo a nuestra consideración todas las profecías del Antiguo Testamento en las que Jesús es presentado como el Siervo doliente y desde este amor del Redentor nos ha exhortado constantemente al arrepentimiento de nuestros pecados y faltas deliberadas, a la conversión de nuestra mente y de nuestro corazón, llamándonos al sincero amor fraterno y a corregir nuestras vidas según el Evangelio.

Ahora, entramos en la Semana Santa; semana en la que la Iglesia recorre en su liturgia toda la trayectoria de la Pasión y Muerte de nuestro Redentor, asumida y abrazada libremente por Él para expiar y reparar ante el Padre nuestros pecados, y consumar su entrega por todos los hombres para llevar a cabo nuestra Redención y desde su Resurrección hacernos partícipes de su vida divina.
Las Cofradías penitenciales sacan a la calle la representación de los distintos momentos de la Pasión. ¡Ojalá sirvieran para acrecentar la reflexión, la gratitud y el amor a la Pasión y Muerte del Señor!
Traemos aquí unos párrafos del cuarto Canto del Siervo doliente. En esta profecía Isaías nos expone detalles muy vivos de cuanto constituyó la Redención.
Isaías 53,2-12: “no tenía apariencia ni presencia; le vimos y no tenía aspecto que pudiéramos estimar.
Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias,
como uno ante quién se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta.

¡Y con todo, eran nuestras dolencias las que Él llevaba y nuestros dolores los que soportaba!
Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado.
Él ha sido herido por nuestras rebeliones, molido por nuestras culpas.
Él soportó el castigo que nos trae la paz y con su cardenales hemos sido curados.
Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino,
y Yahveh descargó sobre Él la culpa de todos nosotros.

Fue oprimido, y Él se humilló y no abrió la boca.
Como un cordero al degüello era llevado y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco Él abrió la boca.
Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa?
Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido;
y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba,
por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca;……..
justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos soportará;……
indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado,
cuando Él llevó el pecado de muchos e intercedió por los rebeldes.”


La gravedad de nuestros pecados y nuestros desórdenes, lo podemos medir al ver a Cristo Jesús padeciendo en su camino hacia la cruz y contemplando cada paso de su Pasión y Crucifixión, sin omitir detenernos en la oración de Getsemaní. En todo momento, al paramos junto a Él para penetrar en su amor por nosotros, oiremos de sus labios: “por ti, por ti, por ti”.
Sí, por mí, para pagar por mi pecado para limpiarme de mi pecado y de mi desorden, ya que Él ha asumido todo mi pecado. Por ello, no podemos dejar de arrancar de nuestro interior más profundo una opción firme y decidida nosotros mismos: “Señor pequé, Basta ya. Perdóname. Dame tu gracia para estar contigo, porque no eres Tú quién has de expiar mi pecado, sino yo pecador. Mas necesito tu expiación para ser perdonado por el Padre. Perdón y gracias por tanto amor hacia mí”. Jesús nos responderá: “No temas. Yo hago nuevas todas las cosas”.
Sí, Cristo, el Verbo Hijo de Dios se hace Hombre para asumir y chupar nuestros pecados y nuestros desórdenes a fin de ponerse Él como sustituto nuestro en la expiación redentora de nuestro pecados y con su entrega hasta la muerte y muerte de cruz, liberarnos del pecado y redimirnos.
De esta entrega amorosa de Cristo Jesús, brotará la novedad de vida que Él quiere darnos a raudales. Nos lo expresa San Pablo en Rom 4, 25:” quién fue entregado por nuestros pecado, fue resucitado para nuestra justificación”.
En Rom. 6,2-11: “Los que hemos muerto al pecado ¿cómo seguir viviendo en él? ¿o es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.
Porque si nos hemos hecho una cosa con Él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado. Para el que está muerto, queda liberado del pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre Él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”

Con todas estas consideraciones, hemos de adentrarnos en el Corazón de Cristo, pues en la víspera de que llegase “su hora” nos dice San Juan en el capítulo 13:”Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y nos deja la Institución de la Eucaristía a fin de quedarse con nosotros hasta el fin del mundo.
¿ERA POCO SU ENTREGA HASTA DERRAMAR SU SANGRE? Pues a Él su Amor al Padre y su fidelidad a su misión redentora le pidió aún más y en la celebración de cada Eucaristía se actualice de forma incruenta su redención, como verdadero Sacrificio de propiciación, instituido por Cristo Jesús para aplicarnos la virtud redentora de la inmolación de la Cruz. Así podemos y debemos, por amor y gratitud, unir nuestra vida en ofrenda permanente al Padre.
Hemos de acercarnos a Él para agradecerle hasta dónde ha llevado su amor por cada uno de nosotros y pedirle la gracia y la fuerza de cambiar cuanto nos separa de Él por nuestros desórdenes. Desde este cambio, podremos abrazar la vida que nos ha conseguido a fin de vivir con Él  y según Él que repercutirá en nuestro bien y en el de toda la Humanidad.
SANTA Y GOZOSA RESURRECCIÓN.
Sor Encarnación de Cristo - Daimiel