Jerez de la Frontera (Cádiz)
Testimonio Sor Alejandra
DIOS ME TENÍA ALGO MUY GRANDE
 

Mi nombre es Erika Alejandra Husseín Hernández, ahora Sor Alejandra de la Cruz; nací en Bogotá Colombia, en una familia católica, soy la mayor de cuatro hermanos, dos hombres y dos mujeres.

 Después de mi Primera Comunión a mis diez años, estuve apartada de la Iglesia, y debido a algunos acontecimientos y circunstancias, duré largo tiempo al margen de Ella, hasta que oportunamente, gracias a Dios, entré en el Camino Neocatecumenal, en la Parroquia San Bartolomé Apóstol de Bogotá.
 Conocí el Camino porque después de varios años de no ir a Misa, llegó el año que al asistir a una, recibí una tarjeta de invitación a Catequesis para Adultos, y, aunque me entusiasmé con la idea de conocer nuevas amistades, ese año no fui a las Catequesis. El siguiente año volví a ir a Misa y nuevamente recibí otra tarjeta de esas; esta vez asistí sin más; estando allí, nada de lo que iba a buscar encontré, pero fui a casi todas las Catequesis.
 Desde un comienzo, algunas personas de dichas Comunidades, concretamente un hermano de mi Comunidad y una Monja de otra Comunidad, en aquella Parroquia, me insinuaban y me decían directamente que fuera monja, esto para mí era un choque: nunca en mi vida lo había pensado ni querido; yo tenía otros proyectos y disfrutaba de un buen trabajo en una buena Empresa, rodeada de un ambiente delicioso; con mi familia y Comunidad, estupendamente, y encontraba todo cuanto me rodeaba muy bien; yo sorda ante las propuestas y “otras cosas” que me hablaban de un supuesto llamado.

Algún día de aquellos, en las Comunidades, me dije:”con que me case y cumpla con los mandamientos “listo!, pero luego me parecía que este plan no satisfacía el querer de Dios, al presentir lo que me pediría- (que más bien era algo que me quería dar)-, trataba de pensar en otras cosas; quería entrar en la Universidad, hice un curso en un Instituto dedicado a preparar a los estudiantes para entrar en la “U”, al finalizar del curso, ofrecían guía profesional a cargo de un profesor de aquel Instituto que también era Psicólogo y Rector del mismo, acudí a él para que me orientara,-(aunque ya hacía un tiempo quería estudiar la Carrera de Derecho)-, y la pregunta final de ese pequeño escrutinio al respecto de la Carrera elegida fue: “¿te gusta abogar por las personas?”, yo después de un tedioso examen, dije que “sí”, ¡entonces listo, lo mío era el Derecho!. Comencé pues a buscar universidad, visité algunas, y escogí una de ellas, la mejor para mí y la más bonita, sobretodo porque la podría pagar y me daban facilidad para ello; y ya estando decidida y muy ilusionada, emprendí las diligencias pertinentes.

 Una noche al salir de una Eucaristía de aquellas Comunidades, vino hacia mí un hermano de la Comunidad a la que yo pertenecía, junto con una Monja de otra Comunidad, y me dijo que él y ella (la monja) veían que mi vida estaba en la Iglesia; inmediatamente que me dijo esto pensé en ser monja, pero esta vez mi resistencia fue derrumbada por una paz muy profunda, y a la vez que rendidamente y sin esfuerzo, desistía de entrar a la “U”; pasó no mucho tiempo, entonces un día le pedí al Señor me ayudara a querer hacer lo que Él quisiera de mí, porque antes ni siquiera podía hacer esto, y así fue. Era una especie de lucha interior, pues hacía unos años, en una visita de Catequistas, uno de mis catequistas me dijo después de escuchar mi realidad, que Dios me tenía algo muy grande, que no sabían que era pero que iba a ser plenamente feliz y siempre que quería figurarme esa felicidad en cosas que me gustaban y quería, ninguna por grande que fuera alcanzaba a esa plenitud que se me presentaba, era algo inexplicable, pues todo cuanto hubiera pensado no encajaba con la inquietud que ya había en mi corazón.
 
 Esto fue un mano a mano donde a pesar de mis argucias ganó Él, pues, finalmente en una reunión de jóvenes para ir a la peregrinación a Israel, 18 de julio de 1.999, inesperadamente hicieron llamado vocacional y comenzaron por leer la carta de una monja de clausura que daba su testimonio, había sido abogada, y una de sus vivencias era muy parecida a la mía.
 Dados los acontecimientos anteriores, lo que yo escuchaba, aunado a lo que decía el Sacerdote, quien minutos antes de hacer el llamado dijo: “lo que ha de hacerse que se haga ya”, pues “esto fue la estocada final”, y desde ese día en las llamadas hechas posteriormente, siempre confirmé mi apertura a dicho llamado.
 Llegado el tiempo fui destinada por sorteo a esta Orden de las Monjas Mínimas, de la que nunca había escuchado; el Padre que nos hacía el discernimiento vocacional, nos contaba algo de la vida llevada aquí, yo percibía, escuchándolo, que era lo que sin darme cuenta había estado buscando en mi vida y lo he comprobado en estos diez años que hace que entré a este Monasterio de las Mínimas de Jerez de la Frontera, en los que también he comprendido el porqué de tantas cosas; una de ellas era una constante, una búsqueda de no sé qué y se manifestaba en que no me hallaba en muchos momentos de mi vida, a pesar de tener todo lo que quería.
 La verdad, no me cambio por nadie, me siento inmensamente feliz, y todo cuando ha acontecido en mi vida ha sido perfecto, y no podría contar ni enumerar la gran obra y maravillas que el Señor ha hecho conmigo, por eso puedo decir: “Día tras día te bendeciré y alabaré tu Nombre por siempre jamás”, porque “El Poderoso ha hecho maravillas en mi, Su Nombre es Santo.
 
Sor Alejandra de la Cruz.