Jerez de la Frontera (Cádiz)
Testimonios de sor Analucía de los Arcángeles y sor Alegría de Cristo
Sor Analucía de los Arcángeles.

Soy Tatiana Milena Escamilla Ortega, natural de Valledupar (Colombia), tengo 34 años, soy la segunda de cinco hermanos. Estudié y ejercí la carrera de Técnica en Asistencia a la Primera Infancia (Preescolar), en un colegio católico de mi ciudad.  Ahora les contaré un poco como fue mi proceso vocacional hasta este momento de mi vida aquí en el convento.
Pertenecía al Camino Neocatecumenal, me catequicé en la parroquia San Rafael Arcángel, tenía 15 años y asistía con mi mamá, esto gracias a que mi papá ya estaba en comunidad y luego mi hermana mayor, a mí me hacía mucha ilusión nacer en la comunidad debido a que mi hermana siempre llegaba contenta de la iglesia y yo me preguntaba qué era lo que hacían para que ella llegara así.
Entrar en la comunidad fue una ayuda que Dios me regaló para aprender a conocerle, leer las Escrituras, ver quién era Dios y tener respuestas a todas esas preguntas que tiene uno del porqué y del para qué de la existencia, las cuales, retumbaban en mi corazón: ¡mi MISIÓN en este mundo!...
 El Señor fue respondiendo poco a poco, a veces no entendía nada, nunca me aparté de la comunidad y creía que era en mis fuerzas, los méritos me los atribuía yo, y eso fue otra cosa que aprendí: ¡Que era Él el que me sostenía!, vivir en comunidad, conocer la historia de los hermanos, aprender a sufrir y rezar por ellos sabiendo que ya hacían parte de mi historia y que estaban ahí para mi conversión y salvación.  El párroco siempre exhortaba a las chicas a que no le diéramos la carne al mundo y los huesitos a Dios. Pero yo decía que eso no era para mí, yo estaba muy joven y lo mío era casarme tener una familia numerosa. En una peregrinación al santuario de la Virgen de Chiquinquirá fui con la mentalidad de pedirle una gracia a la Virgen que me concediera un esposo y esa fue siempre mi intención cuando iba a las peregrinaciones y… ¡vaya que me escucho ¡
En el 2008 en la peregrinación al Santuario de la Peña me levanté por primera vez, asistí a un encuentro con los catequistas, allí más que todo fue para escuchar la experiencia de la peregrinación y nos invitaban a asistir a misa, rezar el rosario y leer Hechos de los Apóstoles y la vida de un santo. En este proceso duré tres años, pero no se realizaron más encuentros, por lo tanto mi vocación se fue enfriando.  Comencé a tratar con un chico y desistí de la vocación. Para mi suerte tampoco se dieron las cosas con él. Ahora mi vida solo giraba en torno a los estudios y la comunidad, el tiempo pasaba y yo siempre preguntándole: ¿Dios mío qué tengo que hacer? Pero el tiempo es de Dios y Él se toma su tiempo para hacer nuevas las cosas, lo cierto era que yo no quería darle otra oportunidad, no contemplaba la idea de ser monja y Él como todo un caballero me deja en mi libertad.  Inicié un noviazgo con un chico de la comunidad, llegue a creer que ahora sí, ya se estaba manifestando Dios, pero aquí tampoco fue: -intento número dos- ¡fallido! y fue muy chistoso porque un día normal llega este chico a la casa y hablando le digo que lo mejor era terminar la relación, no tenía ni pies ni cabeza y para mi sorpresa él me dice lo mismo; ese fue el día más feliz de mi vida. Me di cuenta de que eso no era lo que yo buscaba, estaba vacía, tenía en mi corazón conocer un amor eterno y eso solo lo podía ser Dios.
A los 28 años no sabía qué hacer, no había descubierto mi misión, el tiempo se estaba pasando y yo como ciego no veía. Como mandado de Dios nos invitan a una peregrinación al santuario de la Virgen en Ocaña, y ahí estaba otra vez escuchando esa invitación a dejarlo todo, a dejarme amar por el que solo podía hacerlo. Yo solo me decía: por qué no darle una oportunidad a Dios, si Él siempre ha sido fiel conmigo, igual no tenía nada que perder no sabía si tenía vocación y me levanto de corazón, porque no fui capaz de ir con el resto de las chicas que se levantaron y le dije a una hermana de comunidad que también se levantó que me avisara cuando hubiera un encuentro.  Y así fue, hicieron un encuentro, me escrutaron, una pregunta que me hicieron fue: ¿Qué signos veía yo para saber si el Señor me estaba llamando a la vida contemplativa? ¡Y ahora yo que iba a responder a semejante pregunta? pues, era ver de todo lo que Dios me había preservado llevándome a la iglesia de cuantos pecados me salvó, que vida podría yo tener ahora sino me hubiera alcanzado la misericordia de mi Dios, viendo cómo mis proyectos estaban totalmente contrarios a los de Él. A raíz de esto, me invitan a un encuentro con el equipo de catequista que llevan el camino y las vocaciones en Colombia, este era el definitivo, fui convencida de que me iban a decir: “¡no tienes vocación!, mejor vete a tu casa, cásate, que esto no es lo tuyo”. Eso quería oír yo, pero para mi sorpresa me dice el catequista que si estaba dispuesta a partir a hacer una experiencia, y no solo me lo pregunto una vez sino tres veces, como Jesús a Pedro. Ahí llegó a mi mente una palabra que siempre me había ayudado “Dios no mira las apariencias, sino el Corazón” Él sabía qué era lo que yo necesitaba. Por sorteo salí para el Monasterio de las Mínimas, esto fue en vísperas de la Inmaculada; de la Orden no sabía nada solo lo que dijeron los catequistas en el encuentro que solo comían verdura, nada de carne, ni huevo, ni sus derivados, lo cierto era que yo con las verduras poco, poco pero. . . ¡quién dijo miedo!.
Para mi familia y para mí fue duro porque yo nunca había salido de casa y era donde yo más me sentía protegida; mi mamá me dijo que sabía que si yo me iba no regresaría y así fue. Corte el cordón familiar y mi corazón se desgarraba, incluso ese día mi papá estaba cumpliendo años; lo cierto es que ahora estamos más unidos, Dios sabe cómo hace las cosas, ya estaba probándome como el oro en el crisol, sin su gracia no hubiera sido posible, por eso, cada día en el Monasterio es un milagro que el me permite ver.
Cuando llegué fue todo nuevo para mí: me encontré con hermanas que estaban ansiosas por nuestra llegada y eso me alegraba, ¡quién era yo para semejante acogida!!! Esta era mi nueva familia.
Experiencias muy bonitas me ha permitido vivir en las diferentes etapas de mi proceso vocacional, acompañada de tribulaciones y combates que me han hecho crecer e ir aprendiendo a conocerme y vivir en comunidad, aquí he descubierto mi Misión: ¡Salvar almas, escondida con Cristo en Dios!, yo que siempre quería ser, y Dios me había traído para desaparecer, haciéndome Mínima.
 Dicen que la tercera es la vencida y… ¡vaya que se cumplió!!!, la Virgen María me tenía reservado como Esposo al más bello de los hombres a su Hijo, dándome un puesto en su casa “como madre feliz de hijos” (Sal. 112).
Infinitas gracias doy a Dios por el tesoro de la fe y la vocación, y ¡es que Señor, adonde iré si solo tú tienes palabras de vida eterna!



Sor Alegría de Cristo
Mi nombre de Bautismo es Yeimmy Lorena Alea Espitia, tengo 25 años, soy de la Villa de San Diego de Ubaté, un pueblo de Colombia. Mi nombre de religión es Sor Alegría de Cristo y muchos se preguntarán el porqué de ese nombre, y es por esta razón:
Soy la segunda de tres hijos, la única mujer, mi infancia fue muy bonita, pero también, hubo sucesos que marcaron mi historia ya que mis padres se separaron cuando yo tenía 3 años, mi padre se fue y no volvimos a saber nada de él. A mis 9 años nace mi hermano menor y esto es como un cubo de agua fría, sentía envidia de ya no ser la niña mimada de mamá y a partir de ese momento, fui muy rebelde en casa, no hacía caso, era de muy mal humor y no sonreía, me comenzó a ir mal en el colegio, todo lo hacía porque me tocaba, pero en realidad, solo quería crecer y salir de mi casa para buscar la “felicidad”.
A los 12 años ingresé al Camino Neocatecumenal con mi hermano mayor y mi mamá, -aunque entrar en la Iglesia no cambiaba mucho las cosas en casa-; pero, a partir de mis 15 años El Alfarero comenzó a moldear este cacharro en algo diferente: apareció mi padre, que tenía ya una familia formada y era feliz; luego, mi madre queda parapléjica por un tumor en la columna, estuvo muy mal, hasta el punto de darla por desahuciada y ese mismo año perdí el año en el colegio, esto fue el inicio de mi travesía.
Mamá por un milagro recobró la salud y su movilidad, aquí empezamos a hablar como madre e hija, compartíamos los domingos en familia, -ya que por el trabajo de ella nunca estaba con nosotros, ni los días domingo-.  A los 17 años en una peregrinación con el Camino comencé a sentir la llamada pero tenía miedo de lo que sentía, esta fue la primera vez que di un sí, luego de varios encuentros con chicas de la diócesis, ese miedo se apodero y desistí de la llamada, en ese tiempo apareció un chico muy majo, el cual me hizo inclinar por el matrimonio; pero había algo que no me satisfacía y para mí eso no era felicidad.
Al terminar el colegio, así como el hijo prodigo del evangelio,  me trasladé a la capital estudié, trabajé, conocí otros muchos chicos y mi vida parecía feliz, vivía sola, me la pasaba en discotecas los fines de semana, con amigos, mejor dicho, me sentía la última Coca-Cola del desierto, estaba haciendo con mi vida lo que quería, y llegue a cometer muchos pecados, que me destruyeron, me llegue a sentir tan sola, sucia, vacía, tantos placeres sólo eran momentáneos, por supuesto, en este tiempo no iba a la Iglesia; lo único que me daba fuerzas y ganas de vivir era visitar a mamá después de su segundo cáncer, compartir con ella, mis hermanos y la abuela.
En el 2016, un día de abril, el responsable de mi comunidad me llamó y me comentó que había un encuentro de chicas de la diócesis y que podían ir todas las que sintieran o no, la llamada del Señor. Yo me apunté a este encuentro diciendo: “¡que más puedo perder!” y para mi sorpresa había una monja que dio su experiencia, sentía que mi vida estaba reflejada en ella, su historia me parecía mía… las lágrimas salían de mis ojos, pero sobretodo, la paz, la alegría y  sencillez que ella irradiaba, era lo que más me impresionó, algo había en mí que no sabré nunca explicar. Para cerrar ese encuentro con broche de oro, escrutamos Oseas 2, 16-25 a partir de este día mi rostro cambió, ya no volví a ser la misma. En Junio de este mismo año los catequistas organizaron una peregrinación dentro de Colombia, allí, en la Basílica de San Pedro Claver, por intercesión del santo, pedí una gracia que fue: “Señor, ya estoy cansada de hacer mi voluntad, ahora que se haga tu voluntad en mí y la acepte”.
 En Julio hubo un encuentro nacional de jóvenes en la capital con Jesús Blázquez, el catequista itinerante de Colombia que nos preguntaba que quiénes éramos nosotros para no ser una prostituta, un alcohólico, un drogadicto y en cambio estábamos en ese lugar escuchando la Palabra del Señor. Esto para mí era una pregunta que acusaba la manera de cómo llevaba mi vida; antes de hacer la llamada vocacional, hay un momento de oración, y a mi lado, estaba sentado un chico que me gustaba, yo persuadiendo de la vocación le pedí al Señor me mostrara que si me estaba llamando para Él,  apartara de algún modo a ese chico; y si me llamaba al matrimonio, lo dejara ahí; ¿qué pasó?... en ese momento una chica que estaba en la parte inferior de nosotros se subió y se ubicó en medio de los dos, ahí entendí que me estaba llamando para Él, aun así, me resistía y le pedía que fuera Él quien me levantara para recibir la bendición porque yo tenía miedo, vi  que Él es fiel, a pesar de mis tontunas.
A partir de aquí, inicie un seguimiento vocacional con los Catequistas y el 7 de diciembre de este año, tuvimos un encuentro de chicas que estuvieran dispuestas a partir a cualquier monasterio; en un momento de tiempo libre que nos dieron, las chicas de mi diócesis me preguntaban que para qué monasterio me gustaría irme, al cual yo les respondí que a cualquiera menos a las Mínimas, porque había oído referencias no muy atrayentes; al momento del sorteo sólo quedábamos 2 chicas y dos monasterios: las Mínimas y unas Dominicas, yo le pedía al Señor que fuera su voluntad y mi nombre salió para las Mínimas. ¡Quién puede conocer la mente del Señor!
Llegue al Monasterio el 18 de Abril de 2017, ¿qué hallé? Paz, alegría, caridad, sencillez, fraternidad, pero sobretodo, un encuentro personal con esa persona que me ha amado, me ama y me amará siempre, que está dispuesto a dar su vida por mí, que acepta mi historia y como soy, este encuentro me mostró la felicidad, pero no una felicidad fugaz como la vivida, sino verdadera, sin límites, y a  pesar de lo que pase, no se puede dejar de sonreír porque se está con la persona amada. Hoy, cada día le doy gracias a Dios por hacerme Mínima, ya que los planes del Señor son mejores que mis planes. La alegría no es mía, me la da cada día el Señor… ésta es la razón de mi nombre Ser la alegría de Cristo que ha vencido las ataduras de la muerte.