Jerez de la Frontera (Cádiz)
Testimonio Sor Carolina del Corazón de Jesús
TESTIMONIO DE FE Y DE MI VOCACIÓN

Mi nombre de bautismo es Vivian Carolina Varilla Blanco. Y de religión Sor Carolina del Corazón de Jesús. Soy colombiana  de  cepa  y nací en Montería-córdoba. Soy la Benjamina de mis padres, Víctor Vicente Varilla Villamil y Elcy Estella Blanco Martínez, tengo tres hermanos, Elcy Esther, Víctor David y Andrés de Jesús. De los cuales dos hemos sido elegidos por Dios para su servicio. Llegue al monasterio de las Monjas Mínimas el 10 de febrero del 2014. Desde que entré en el monasterio el Señor me ha dado la gracia y la sabiduría de ver mi historia con los ojos de la fe. Puedo decir que toda mi vida ha sido perfecta tal como Dios lo había escrito desde el principio, para mí es un milagro enorme, grandísimo. Por ello hoy doy gracias a Dios. ¡¡¡Quien iba a creerlo, que de mí, de una nada, escogería Él una esposa para sí!!!… y yo, sin pensarlo, sin merecerlo, tendría el esposo ideal, perfecto, el todo hermoso y poderoso. El Dios de mi vida, de mi historia, de mi salvación. A veces miro mi historia, mi vida, y pienso… “¿será esto posible?” es que parece una película, pero no, es mucho más, es la realidad, es el plan de salvación que Jesucristo quiere conmigo, es el camino de mi conversión, de mi santificación. Es tan real, tan palpable, que cualquier peli se quedaría en pañales y no porque sea la mía, sino porque mi amado Jesucristo, muerto y resucitado, es el actor principal. Tan verdadero como lo es Jesucristo para el cristiano. Como el cariño de una madre, como el amor entre una novia y su novio, con una diferencia Dios es perfecto, es Dios. El que me creó, el que me hizo, me retorna de nuevo a sus brazos y me desposa. Y por el bautismo me constituye su hija preferida en el Hijo, en Jesucristo. Hoy no puede decir más que a pesar de todo, de los sufrimientos, me he sentido siempre como la niña de sus ojos, mi vida, gracias a Dios, ha sido muy feliz.
Desde muy pequeña mis padres siempre nos llevaron a misa, me acuerdo que íbamos los domingos en familia y todos estábamos elegantes y contentos. En mi parroquia Nuestra Señora de Fátima en Montería-Córdoba (Colombia), hacían misa de niños y muchas veces asistí con mis primos y hermanos, participábamos en los grupos de la parroquia. Después una prima muy querida y yo, estuvimos de monaguillas, me acuerdo que me gustaba mucho acolitar, me gustaba llevar el pan y el vino para consagrar, estar tan cerca de Jesús y poder anunciar con la campana Dios está aquí venid y adorémosle.
Cuando cumplí 14 años, quería entrar a las comunidades catecumenales, mi hermano el que ahora es seminarista, me dio una invitación para las catequesis. Me puse muy contenta, y empezamos a asistir mi prima y yo a las catequesis.
Pero lo que yo no sabía, era que allí, era donde el Señor me arrebataría el corazón definitivamente. Sin yo siquiera darme cuenta, cuando aún apenas empezaban las batallas de amores en mi corazón. Pero Él sabía esto más que yo, por eso salió a mi encuentro apresuradamente, bueno y como la verdad Él escruta el corazón sabía que la sed de amor que había en mí, sólo podía ser saciada totalmente por  Él, tuvo que complacerlo y tener misericordia de mí. Mi Dios, es tan perfecto que todo lo hace bien, porque si yo lo hubiese sabido creo que no hubiese sido tan real, ni parecería tan bonito como lo es.
Pensaba que lo tenía todo entre comillas, que era grande porque estaba en comunidad  y casi terminando el bachillerato, que era buena, porque no era como las otras, porque todas las niñas del colegio querían ser mis amigas, porque estaban conmigo, pero en el fondo de mi corazón, como en el tuyo propio, estaba y quería amar a Dios. Pero de mí sólo salía vanidad y otros pecados. Pero a pesar de todo Dios nunca se olvidó de mí, no me abandonó, ni me abandona, porque gracias a Él, de mí siempre salió el perdonar y todo porque tenía miedo de irme al infierno y que ese se apoderara de mí. Me acuerdo mucho que una vez estando en bachillerato una chica me dijo que ella quería ser mi amiga, pero que sabía que  no podía, porque yo no era como ella. Que le gustaba estar conmigo porque, yo podía hablarle de Dios, cuando otros no lo hacían. Pero en mi debilidad, en mi pecado, en ese momento me creía como Dios de su vida, le decía que si quería ser mi amiga tenía que cambiar, pero no, yo era un ser normal de carne y hueso.
En cambio Dios que es sólo Amor, que nos ama tal y como somos, sin reprocharnos nada, me perdonó esos pecados y muchos más. Él que es rico en misericordia y amor inefable y en su inmensa bondad los olvida y nos hace un ser nuevo, una nueva criatura. Se apiadó de nosotros, y nos ama, me ama, y mucho más de lo que me amaba. En una convivencia de transmisión salió a mi encuentro, cuando hicieron el llamado lo único claro que yo tenía, era que yo no quería ser monja, que quería casarme, tener muchos hijos, y ser alguien en la vida. Pero no, Dios que sabe que es lo mejor para cada uno, para cada ser, me hizo ver, mucho después de levantarme que sus planes no eran los míos. Porque los de Él eran mucho mejores, más grandes, más inmensos. (Hoy pasando este testimonio el Dios uno y trino, me ha iluminado con el rayo de su luz, mis planes (casarme, tener hijos, ser alguien en la vida…) aunque no como yo pensaba, hoy están realizados más plenamente y purificados. En este camino me va llevando poco a poco a la santificación, a ser esposa de Cristo por mi consagración, a tener hijos espirituales con mi oración y mi sacrificio, a ser alguien en la vida de Dios, que ya eso es mucho pedir… Porque Tú, Dios mío, eres grande y te haces pequeño para habitar en mi corazón, signo de tu amor y de mi entrega de sumisión total a ti). Que este camino no lo elegí yo, fue Dios el que me llamó. Desde el vientre de mi madre ya me tenía escogida, sin saberlo, ni siquiera pensarlo... me concedió la gracia, y es Él quien me sostiene cada día, todos los días de mi vida en el convento, al que le debo mi vocación y al que me ofrezco y bendigo todos los días, porque por mí no sería posible. De mí solo podría salir, serle indiferente, serle infiel y dejar todo tirado. Pero no, el Espíritu de Dios está en mí, porque Dios por el Hijo me lo ha dado, y es  el que hace posible que pueda decir sí a su llamada, serle fiel, amarle sin esperar más que su gloria y alabanza, perseverar en la fe, seguir en el combate. Porque éste, por Jesucristo, ya está ganado.  
La primera vez que me levanteé sentí un combate interior en mí, yo no quería ser monja, ni mucho menos como dije antes. Yo me preguntaba y me decía en mi interior, esas chicas que se levantan, es porque quieren, pero el Señor me dio la gracia de interrogarme ¿Por qué se levantan? ¿Qué sentirán? ¿Será verdad? Y así me quedé muy tranquila, cuando llegó la hora del llamado que pedían chicas para entregar su vida en favor de Dios y para orar por el mundo, que sintieran un llamado de Dios a dejarlo todo y a seguirlo, como dice en el evangelio, y sintiera que estaba resintiéndose, que se levantara. Una palabra del evangelio que me quedó grabada fue que el que ama su padre y a su madre más que a mí no es digno de mí. Yo sufría porque pensar dejar a mi familia, a mis padres e irme lejos me dolía muchísimo, renunciar a la maternidad que es algo que por naturaleza llevamos innato en nuestro ser, me daba mucho miedo y me parecía imposible, y ni que decir de los amores del corazón. Dios que es todo poderoso, que no quita nada y que lo da todo, me lo concedió por su infinito amor, por su gracia y misericordia. Llevaba un viacrucis por dentro y ahora los chicos, que eran lo de menos jaja etc… sentía muchas cosas dentro de mí, cuando en un cerrar de ojos, el Espíritu Santo me levantó, porque no hay otra explicación más que el Espíritu, porque, por mis fuerzas y voluntad no. Pero algo sí es claro Dios me estaba llamando y me estaba dando la gracia de responder a su llamada, porque después de esta hubieron muchas otras en las que me levantaba y como una o dos me senté, ya después fue con voluntad propia y sumisión de dejar actuar a Dios en mi vida. Esta experiencia de dejarlo actuar y dejarle todo en sus manos fue la más gratificante, mi primera experiencia más sublime, que me acuerde. Fue como un suspiro en medio de un ahogamiento. Fue como volver a nacer.
Para mí siempre ha sido una llamada de Amor respondida con amor, una llamada que no se quedó solo ahí, sino que todos los días de mi vida me invita y me llama, como buen caballero y yo con mi voluntad y libertad le correspondo todos los días con el sí de nuestra Madre del cielo, diciéndole siempre que se haga en mí según tu palabra. Y como Jesucristo en el huerto de Getsemaní hágase tu voluntad y no la mía.