Fundador: San Francisco de Paula
San Francisco y la oración
SAN FRANCISCO Y LA ORACIÓN

Movido sólo por el impulso de Dios, Francisco consigue la condición fundamental para orar bien: la libertad. En el itinerario que deja a sus religiosos para la más perfecta oración, la libertad ocupa el último y óptimo puesto. Ella indica la pureza absoluta de la oración. Para que el hombre pueda ser liberado totalmente por Dios y llegar a la pura oración, es necesario romper las ataduras con el mundo externo y encontrar equilibrio y serenidad interior en el espíritu. Solo así el hombre puede abrirse en la totalidad de su persona. La oración brota así espontánea y no conoce obstáculos ni condición alguna. La gruta se ofrece a Francisco como el lugar ideal en el cual se puede vivir esta dimensión del alma, ser liberado por Dios. Allí se puede dedicar a la oración pura, digamos más, se convierte él mismo en oración. A través de la fuerte experiencia de oración en la vida de Francisco, se evidencia más aún cómo la gruta es la manifestación de su voluntad interior de reconocer la primacía de Dios.

Si la libertad es fruto precioso que madura a través de determinadas condiciones: como la pobreza de espíritu, que desliga al corazón de todos los afanes temporales; como el silencio exterior, que crea el clima para poder atender a las cosas de Dios; como el ayuno, que dispone al cuerpo a la docilidad al espíritu; en la gruta el eremita Francisco vive el total desprendimiento de las cosas terrenas y de todo lo que interiormente pueda obstaculizar el libre impulso del alma hacia Dios. La gruta es el signo concreto de la renuncia a los afanes y a las preocupaciones del tiempo, es signo de silencio profundo y signo del dominio del espíritu.

En la gruta Francisco vive la experiencia de su libertad radical de las cosas y de sí mismo para dedicarse totalmente al servicio de Dios y a la causa de su reino. Libertad que le permite dedicarse intensamente a la oración en un íntimo coloquio con Dios. Esta libertad es defendida enérgicamente contra todo lo que hubiera podido destruirla.

Francisco saborea toda la dulzura en las largas horas de contemplación. Su experiencia de contemplación llevó a la forma de oración más alta y más adecuada a la criatura que se pone delante de su Creador. En el momento en que el hombre contemplativo descubre que Dios es Dios y acepta su primacía absoluta, su oración se transforma en adoración pura del misterio de Dios uno y trino. Para descubrir la vida interior de San Francisco de Paula se necesitará profundizar en su actitud de adoración hacia el misterio de la Santísima Trinidad.
Sor Magdalena López, OM. Daimiel
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