Fundador: San Francisco de Paula
San Francisco y la penitencia
UN PENITENTE LLAMADO FRANCISCO DE PAULA

“Nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna
sino a Jesucristo, y éste crucificado” (1Co 2,1)

Desde esta óptica del misterio del pecado y de la gracia, de la gratuidad de la Redención operada por Cristo, y de la libre cooperación del hombre, debemos mirar la figura penitente de Francisco de Paula. Un hombre que, como veíamos ayer, fue dotado por Dios para hacer de su vida una respuesta concreta a la llamada de Cristo a la conversión (Mc 1,15), como actitud vital para la actualización y extensión del Reino de Dios en los hombres de su tiempo; un siglo problemático y corrompido a cuya restauración quiso contribuir con la propia reforma de su vida.

Remontarse al origen de la vocación de Francisco es hallar la frescura del mensaje evangélico sobre el cual fue instruido generosamente.

Siendo aún un adolescente, en la experiencia tenida en el convento de San Marco Argentano, Francisco descubre la llamada que Dios le hace a la soledad y al silencio. Más tarde, en su visita a los monjes de Monte Lucco, percibe el matiz penitencial de su vocación personal. (Jornadas de espiritualidad Mínima, Daimiel 1991).

Instruido por el Espíritu, y bebiendo en la sabiduría de los Padres del desierto, Francisco comprende la necesidad que tiene el hombre de purificar el propio corazón si desea unirse a Dios, el todo Santo; que ésta es una tarea conjunta de la gracia y del esfuerzo voluntario del hombre. Aprende que el proyecto de Dios sobre la humanidad después de la Redención, es la configuración con su Hijo Jesucristo, el cual “se anonadó” (Flp 2,7) para devolvernos la vida divina que habíamos perdido. En esta contemplación “el Espíritu le debió hacer paladear interiormente la sublime sabiduría de la cruz, sintiéndose atraído de manera irresistible a contemplar, adorar e imitar el misterio inescrutable del Verbo encarnado” (Líneas Maestras pág. 15). “Ardentísimo imitador del Redentor”, lo denominó, aún en vida, el Papa Alejandro VI. (Ad Fructus Uberes).

En la soledad y el silencio de la gruta de Paula, Francisco comienza así una trayectoria penitencial que, sin él preverlo, configurará más tarde el estilo característico de la espiritualidad legada a sus seguidores. Una espiritualidad donde la penitencia es entendida como “la conversión que pasa del corazón (minimez) a las obras (penitencia) y consiguientemente a la vida (caridad)” (cf. Reconciliación y Penitencia 4).
Sor Rosa Mª Ráez O.M., Daimiel
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