La obra creadora de Dios lleva la impronta de su perfección divina, y el hombre la experimenta mientras vive, tanto mejor, en la medida en que es consciente de su dependencia como criatura.
Por salir de Dios, la vida es dinámica, lleva en sí la potencia de florecer, de crecer y cambiar, de expandirse y comunicarse; de tender hacia la perfección de donde brotó: Dios mismo. Y tanto más perfecta, más armoniosa es, cuanto más libremente deja obrar a su Hacedor en ella. Entonces, lo vulgar adquiere un valor trascendente, lo impotente se vuelve poderoso y lo limitado eterno. Dios, el Autor de la vida, vive en y a través de su obra
En Filipinas estamos siendo testigos de esto. Dios esta aquí, dejando su impronta divina en esta nueva vida que germina. A nosotras, nos toca solo asombrarnos y agradecer…
Una semilla pequeña, da en fruto una espiga dorada; un despojo comunitario, un ramillete de esperanzas. Se están levantando los muros de un futuro monasterio. Se está forjando el alma de la Comunidad que lo habitará.
Es el camino pedagógico de Jesús: hablarnos en parábolas para comprenderle mejor.
Así como ha sido necesario excavar la tierra con sudor y esfuerzo para dar cabida a los cimientos del edificio, del mismo modo, ha sido necesario desprenderse, ahondar, olvidarse, para dar vida a una nueva Comunidad.
Las lluvias han detenido en muchas ocasiones los trabajos: son los momentos de impotencia cuando uno necesita sentarse a mirar desde lejos y a saber esperar la hora de Dios.
El calor agobiante exige defenderse del sol, salir equipados para sacar del trabajo un rendimiento gozoso.
El premio de todo ello es la satisfacción de verse vivir en la misma obra que se realiza.
Desde sus cimientos, estamos viendo erigirse, paso a paso, una parte de lo que será el futuro monasterio. Con admiración y estupor estamos siendo testigos también de la obra del Espíritu: una Comunidad que nace y crece entre nuestras pequeñas manos sin nosotras hacer nada para merecerlo.
¿Que hay detrás de todo ello sino la entrega y la plegaria oculta gestada en la fuerza viva y misteriosa del Cuerpo Místico?
Dios nos ha elegido a nosotras para ver cómo se levanta la majestuosidad de unos muros monacales y admirar la armonía y austeridad de sus formas; a otras las ha llamado a ser pilares ocultos donde se apoya toda la estructura exterior.
Hemos sido “segregadas” para contemplar el fruto del árbol; a otras Dios las ha convocado para fecundar desde lo profundo de la tierra, como la raíz, todo don, toda gracia que lo nutre de modo oculto y lo desarrolla
Nuestra hermana Sor Consuelo, no podía imaginar en aquel 8 de Diciembre de 1947, que su entrega alcanzaría dimensiones universales en las manos omnipotentes de Dios.
“Mi corazón salta de gozo cuando pienso que vivo en la oscuridad y silencio, olvidada y desconocida del mundo”
Y que su nombre iba a ser pronunciado en estas tierras lejanas con amor fraterno por mujeres jóvenes que encuentran en esta ‘hermana mayor’, su inspiración y estímulo en la entrega a Jesús y en la construcción de esta primera Comunidad Mínima filipina.
Como auténtica hija se San Francisco de Paula, Sor Consuelo supo levantar el edificio de su vida espiritual sobre lo que comprendió más necesario e intentó llevarlo a la vida.
“Dos virtudes pido continuamente a Dios Nuestro Señor…Estas son: la verdadera y perfecta humildad y la caridad”
Desde esta coherencia, nos enseña a nosotras a saber buscar lo importante en esta fundación, los valores perennes por los que deberemos ser recordadas como colaboradoras en la obra de Dios. Un edificio que, levantado en la santidad, irradie la fuerza poderosa de la gracia que lo ‘habita’.
Que Dios nos muestre su rostro y podamos construir ese monasterio en el que todos perciban la presencia de lo sobrenatural y se sientan acogidos como son; un lugar donde el Señor pueda ‘reposar’ y al mirarnos, ‘los ojos se le llenen de sonrisas’.
Que nunca dejemos desmoronarse la construcción que con tanto esfuerzo se está levantando, que se haga digna de los ‘santos’ cimientos que la sostienen..
Con esta oración nos dirigimos a nuestra hermana Sor Consuelo cada día sabiéndola nuestra valedora ante Dios. Su inmolación ha dado fruto, y su deseo ha sido colmado por Dios con superabundancia:
“!Que mi vida sea útil para la Iglesia y para las almas!”
“El que comenzó su obra buena entre vosotros la llevará a término en el día de Jesucristo, Nuestro Señor”
R.M.R. Desde Filipinas
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