Lipa (Batangas, Filipinas)
Acariciadas por el misterio
Un día más acaba
En el alegre horizonte del huerto de nuestra pequeña casa de Filipinas, se divisa la puesta del sol, escoltada por majestuosas y esbeltas palmeras. Dentro de pocos minutos todo será oscuridad, tan sólo el canto de los grillos arropará la noche. Es tiempo de contemplar y dar gracias.
 Se han cumplido ya cinco años desde que pisamos por primera vez tierra filipina. Aquel 8 de septiembre de 1999 era el día escogido por Dios para realizar el deseo que había puesto en el corazón de nuestra comunidad de Daimiel de llevar el carisma de Francisco de Paula al continente del Tercer Milenio: Asia, donde Filipinas está llamada a evangelizar por la viveza de su fe y el arraigo de la vida cristiana en el pueblo filipino.
Para ello nos tocaba desprendernos. Cuando mirábamos desde la ventanilla del avión la armoniosa ciudad de Madrid llevábamos los ojos arrasados en lágrimas y el corazón lleno de ilusión ante la ‘aventura’ que Dios nos ofrecía. Hoy Él ha colmado de manera imprevisible nuestras expectativas.
Es hermoso echar una mirada atrás y contemplar desde el asombro esta providencia de Dios en nuestro diario vivir en Filipinas. Nos sentimos en el corazón de Dios, ‘acariciadas por el Misterio’. Misterio que sobrepasa nuestra capacidad y supera nuestras limitaciones, infundiéndonos paz y alegría.
Es Dios quien nos ha ido abriendo camino  y nos ha rodeado del cariño y la cordialidad de tanta gente sencilla y buena que, haciéndose solidaria con el que viene de tierras lejanas, te hacen de verdad sentirte ‘en casa’.  
Y es Dios también el que va regalándonos nuevas hermanas que se unen a nosotras para formar Comunidad. Vienen de diferentes partes del archipiélago filipino, con su propia historia vocacional. Son jóvenes entusiasmadas por el seguimiento de Jesucristo. Su corazón juvenil vibra cuando escuchan ser llamadas ‘mínimas’. Dios así lo quería y por ello avivó en el seno de nuestra comunidad de Daimiel el fuego impulsor del amor de Cristo que rompe fronteras y supera todo temor personal.
Estas jóvenes no son fruto de nuestro esfuerzo o atracción, son una prueba más del misterio divino en el que nos sentimos inmersas; y son también la respuesta de Dios a las oraciones y sacrificios de cuantos nos queréis y seguís con interés, tanto allí como aquí, el desarrollo de nuestra fundación.
 
Ya se ha puesto el sol, ahora todo es silencio. Desde nuestra conciencia individual que se acrecienta en la soledad de la noche, rendimos de nuevo nuestro corazón y nuestra mente a Dios que vela nuestro sueño y esperamos en su gracia, ver mañana la luz de un nuevo día.
Un nuevo día que nos encontrará reunidas, al toque de la campana, en la pequeña parte de la casa destinada para capilla, allí elevamos nuestras voces a Dios, en nombre de la Iglesia y le ofrecemos el regalo de poder vivir.
Será otro día más que unido a aquel 8 de septiembre de 1999 escribirá la historia de nuestro estar en Filipinas. Un sencillo día como cualquier otro día, tejido de las cosas ordinarias de una jornada monacal, a la que intentamos ser fieles en nuestro improvisado y temporal ‘monasterio’ de Filipinas.
Los trabajos domésticos, el estudio, la formación, el trabajo manual, la recreación, la alabanza divina, son el hoy y el cómo se desarrolla ese plan providente de Dios que transforma en sublimes los momentos más sencillos de la vida del hombre. De esto Él ha querido hacernos testigos.
 
Hermanos y amigos, gracias por vuestras oraciones y ayuda. Seguid hablando a Dios de nosotras, de nuestro caminar en tierra filipina. Estamos sólo en los comienzos. Los meses que están por venir nos abrirán nuevos horizontes y somos conscientes de que esta obra no sólo es nuestra. Vosotros estáis contribuyendo a ella, desde vuestro propio estado y situación. Nos une la gracia y el amor de Dios, su Espíritu providente que nos guía. Estamos peregrinando y la meta a la que se nos llama está arriba. Lo importante es que a nuestro paso podamos dejar un alo de ese misterio divino que a cada uno nos envuelve y acaricia.
¡Os sentimos a nuestro lado y os respondemos con nuestra oración!
R. M. R.