Mora de Ebro (Tarragona)
Testimonio 2

            Desde los dieciocho años formo parte de la Orden de las Monjas Mínimas y soy feliz, muy feliz, pertenecer a esta Orden religiosa, es para mí una gracia por la que no ceso de dar gracias a Dios y  de alabarlo con todo mi ser.

            Uno de los aspecto de nuestra vida contemplativa que más me  cautivan es nuestro modo de vivir la soledad, o dicho de otro modo: nuestro desierto mínimo.
            Para nosotras, como también lo fue para nuestro Fundador, el desierto no es solamente un lugar de retiro, sino que es sobre todo una actitud, un estilo de vida.
Nuestra austeridad nos ayuda a crear un ambiente donde se viven  las necesidades esenciales y se abandonan las imaginarias, así se hace posible el silencio, no solamente exterior sino sobre todo íntimo, es decir, se hace ese vacío  interior que nos ayuda a crear las condiciones favorables para el encuentro con Dios y a hacer vida en nosotros su Palabra, que nos habla en la oración, tanto litúrgica como personal  y en su palabra que se nos sale al encuentro en los acontecimientos cotidianos.
            Viviendo en este ambiente es donde me he encontrado con mi propia verdad, mi pequeñez, con la nada de las cosas y con la absoluta Verdad de Dios. Por esto, puedo decir con San Pablo:“todo es gracia”, porque cuando reconozco mi debilidad e impotencia es cuando Dios se convierte en mi fuerza y en mi defensa. El se ha convertido para mí como para los israelitas en el desierto, en el maná que me sustenta y en el agua viva que sacia mi sed. El ha convertido la aridez de mi desierto en un jardín donde cada día crece la justicia, el amor, la paz y la libertad.
            Hay en el Salmo dieciocho un párrafo que siempre me ayudó en el tiempo de mi discernimiento vocacional: “sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene  su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los confines del orbe su lenguaje”
            Puede ser que alguien se pregunte: ¿cuál es este lenguaje? Sin duda alguna, este lenguaje es la oración, que como dice San  Francisco en su Regla, “es un fiel mensajero que cumple su mandato penetrando allí donde la carne no puede llegar” y ¿cuál es este anuncio? Es el del profeta que en el desierto grita, más con su vida que con su palabra, los auténtico valores del Reino.
 M. J. M.