Mora de Ebro (Tarragona)
Testimonio ante al Cruz JMJ
Mi nombre es Sor Maria Inmaculada y como testimonio os manifiesto la experiencia de mi encuentro con Dios en una edad similar a la vuestra.
A mis 16 años era una chica bastante normal, alegre, comunicativa, un poco rebelde en casa (que fumaba cigarrillos a escondidas). Estudiaba el bachillerato en el Instituto, y he de confesar que era más dada a hablar y jugar en clase que a escuchar las explicaciones de los profesores. Durante la semana estudiaba, más o menos, veía la televisión y los fines de semana los pasaba con las amigas y amigos en la discoteca, donde me gustaba mucho bailar. Iba poco a la Iglesia y cada vez lo iba dejando más, porque me parecía más moderno no ir a misa, pero tenía la costumbre de reflexionar a solas sobre todo y especialmente sobre las cosas que me pasaban, por eso cada vez que regresaba por la noche a casa, después de haber pasado la tarde cantando, bailando, hablado y riendo con el grupo de amigos y habérmelo pasado muy bien, y me iba a mi habitación sola, sentía que de todo aquello no me quedaba nada, era como si una parte de mí misma se quedase en ayunas, una parte que era la parte más personal, la más íntima, y esto hacía que no me sintiera ni feliz, ni en paz conmigo misma, y esto se repetía cada fin de semana, lo que hacía que me sintiera inquieta, preguntándome qué era lo que me pasaba.
Uno de los chicos de la parroquia, me empezó a insistir cada vez que me veía en que asistiera a uno de los grupos parroquiales, a lo que yo me negaba en absoluto, pareciéndome que eso no era para mí que era una chica moderna y que quería seguir siendo moderna, era tanta su pesadez que un día cansada de oírle asistí, con el firme propósito de no volver más por allí, pero precisamente allí me encontré con otros chicos y chicas, algunos ya me eran conocidos y otros no, hablamos de la Virgen María, de temas relacionados con la fe y la parroquia , y me di cuenta de que me encontraba a gusto, que me agradaba, era otro ambiente, muy distinto del que estaba acostumbrada a frecuentar, pero me sentía en paz y contenta, más identificada conmigo mismo. Yo que había asistido con el firme propósito de no volver más por allí, me dí cuenta que en aquel ambiente se me abría un mundo que era para mí desconocido hasta entonces y que necesitaba volver, pues vi que estaba descuidando mi propia alma y que estaba olvidando a Dios en mi vida y que este Dios era para mí alguien vivo con el que yo me podía relacionar, comencé así a acudir más a la Iglesia a confesarme y comprobé que comenzaba a sentirme más feliz, más serena.
Con motivo de las actividades de la parroquia, visité por primera vez el Monasterio de las Monjas Mínimas de mi pueblo, que lo desconocía totalmente y por el que nunca había sentido ningún interés, por parecerme un mundo extraño y fuera de lo normal. Al ver por primera vez a las hermanas, quedé realmente fascinada al descubrir, en contra de mis prevenciones, que era personas normales, pero con unos rostros que emanaban paz, y felicidad, una felicidad que nunca había visto en ninguna otra persona, y al hablar con ellas, descubrí además personas plenas, convencidas, auténticas, coherentes, distintas a las demás, lo que me hizo exclamar en mi interior: “así quiero ser yo”, con lo que comprendí que sólo en una relación personal con Cristo podría experimentar una felicidad como la que ellas comunicaban, y que esa felicidad solo podía brotar de una vida entregada a Dios, regida por los valores del Evangelio, unos valores totalmente diferentes a los que tiene nuestra sociedad.
Yo, personalmente me di cuenta de que Dios me llamaba a la vida Mínima y encontré mi camino en la vida de clausura de las Monjas Mínimas; por esta razón al terminar mis estudios ingresé como miembros de la comunidad y después de algunos años entregados a Dios en esta Orden puedo dar testimonio del gozo y de la felicidad que esta vida me ha proporcionado y que no cambiaría por ningún otro tipo de vida. Y puedo testimoniar y aseguraros que lo más importante de la vida, lo que decide nuestro futuro y nuestra felicidad es precisamente el encuentro personal con Jesucristo, porque solo El tiene para nosotros Palabras de vida eterna y reserva para cada uno un amor infinito, totalmente personal y gratuito. Os animo por tanto a abrir a Jesucristo las puertas de vuestro corazón y a buscar en El el sentido de vuestra existencia acogiendo el proyecto de vida y la misión que El tiene preparado para cada uno de vosotros. No temáis, porque Jesús ha muerto en la cruz por vosotros, os ama, y solo quiere vuestra plena realización y hacerlos felices.