“Cuando Marta se enteró de que  llegaba Jesús, salió a su encuentro… Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la  vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree  en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?. Ella le contestó: Sí,  Señor.” 
            
VAMOS A INTENTAR RECORDAR LA ESCENA EN PRIMERA PERSONA. LOS  SANTOS NOS PRECEDEN Y NOS HACEN CERCANA ESTA EXPERIENCIA DE ENCUENTRO. JESÚS  VIVE Y NOS VUELVE A DECIR: ¿Crees? SI RESPONDEMOS EN SINCERIDAD, ENCONTRAREMOS  LA VIDA, LA QUE ÉL NOS REGALA PARA SIEMPRE. ¡ES POSIBLE, SÓLO NOS HACE FALTA  CREER! 
            
La gracia más grande que  un hombre puede recibir en este mundo es ENCONTRARSE CON  JESÚS Y AMARLE. Es  un proceso que dura toda la vida. 
La alegría desbordante que este encuentro  personal produce, si ha calado hondo en nosotros, produce un deseo ardiente y un  compromiso diario y constante para darlo a conocer a los demás. 
¿Cómo vivir  esta alegría para que brille ante el mundo? 
RECUERDA: Jesús es el manantial  de este continuo rebosar de alegría. 
Que nuestro testimonio lleve a muchos  otros el don de Dios. Por la misericordia de Dios, hemos encontrado LA FUENTE,  de donde mana toda dicha. 
Ante la alegría rebosante de haber encontrado a  Jesucristo, la crudeza del sufrimiento, de la dificultad, que la vida nos puede  presentar y presenta, se puede superar. No estamos solos. El vive y camina con  nosotros. 
¡Señor Jesús, que todos conozcan el gozo de caminar unidos a Ti!  
            
            A  TI QUE ORAS... 
            ¡Déjate empapar del Señor!, porque sólo desde la  contemplación de Cristo crucificado se pueden sobrellevar tantas cosas como la  vida nos depara, y sólo desde esa contemplación podremos llegar a la Pascua bien  dispuestos. 
Siempre nos queda algo que dar al Señor, nunca es bastante, pero  es condición humana, dañada por el pecado, lo importante es dar al Señor la  primacía de nuestras vidas y que El vaya llenando todo, lo que se dice todo lo  que hacemos y somos, y así poder orientar toda la jornada para su gloria y el  bien de todos. 
ORANDO CON LOS SALMOS. Salmo 121  (120) 
Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?  El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. 
No permitirá  que resbale tu pie, tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de  Israel. 
El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha; de día el sol no  te hará daño, ni la luna de noche. 
El Señor te guarda de todo mal, Él guarda  tu alma; el Señor guarda tus entradas y salidas, ahora y por siempre.  
            Monjas Mínimas de  Daimiel