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El camino cuaresmal de Sor Consuelo
EL CAMINO CUARESMAL CON SOR CONSUELO

Viviendo el espíritu de conversión
En Sor Consuelo encontramos un signo elocuente de conversión, en la dinámica cuaresmal, propia de la vida mínima. Al abrazar la vida cuaresmal, Sor Consuelo se empeña por llevar a cabo el firme propósito de hacer mayor penitencia en este caminar específico dentro de la Iglesia, cuya esencia consiste en la conversión de la mente y del corazón, así se expresaba en su oración confiada:

“Dios mío, cortad y desmenuzad este mal árbol para que dé copioso fruto a su debido tiempo.”

Con la ayuda de la gracia y su esfuerzo personal, toda su existencia se hace penitencia orientándose hacia un continuo ‘caminar de bien en mejor’. Ascesis y renuncia por el Reino, en una búsqueda constante de la mayor penitencia profesada, le permiten intensificar su postura interior para vivir más intensamente su fe en una continua sublimación de las tendencias naturales.

“Padre, pídale a Jesús que me enseñe el divino secreto de ser dueña de mí misma, de mi corazón y de gobernar mis relaciones en vez de dejarme desbordar y arrastrar por ellas, que renuncie a todo interés personal del tiempo, a toda estima, a todo afecto y a toda preocupación por el porvenir; que me una tan fuertemente a Él que ninguna criatura me pueda separar; porque soy la misma debilidad y todo me impresiona, una mirada, un gesto, una palabra, una sonrisa, todo me conmueve y me turba. La adversidad me abate, la contrariedad me desanima, el sufrimiento me enerva, la contradicción me exaspera, una prueba de afecto me cautiva, la alabanza me halaga, la aprobación me estimula; estoy a merced de mis impresiones, mi espíritu y mi corazón se cambian fácilmente, ¡soy tan inconstante! Pídale a María que me enseñe a vivir de la voluntad y no del sentimiento”

Todo ello supone un proceso lento y continuo, que va asimilando con muchas dificultades y que la sitúan en un camino de conversión, abrazado éste como actitud de vida dentro de la espiritualidad propiamente Mínima. Guiada por el impulso de la gracia, deja que la palabra de Jesús: ¡CONVERTIOS!, resuene en su interior como un eco potente, rotundo que invita a desechar los andrajos y vestirse con la túnica de fiesta.

“En realidad ¡qué virtud tan singular se requiere para cumplir con una exactitud nada común o por mejor decir, no con la común, frecuente y cotidiana inexactitud, flojedad y negligencia y fácil abandono, sino por el contrario, con atención, piedad e íntimo fervor del alma, todo el conjunto de cosas de que está llena nuestra vida común de cada día! Así pues es grande la fortaleza que necesito para pasar por todas las luchas, todos los desiertos espirituales y todos los desalientos que pueden acaecer en esta vida al parecer fácil, porque francamente Padre, lejos de mí una de esas vidas religiosas ni buenas ni malas sino sencillamente insustanciales. Ni un estallido de entusiasmo, esa perenne modorra y somnolencia como si en el alma hubiera prendido la enfermedad del sueño. Padre, no quiero llevar con impaciencia las fatigas de mis obligaciones”

En un giro total de sí misma, va experimentando una transformación a lo ancho, largo y hondo de su ser. Es así como surge en ella la verdadera compunción <que, como dice S. Juan Clímaco, es un dolor que traspasa y llena el alma que carece ya de soberbia, y que no admite ninguna distracción pensando en todo momento en su vida pecadora y esperando como al agua fresca la consolación y el perdón de Dios>.
Este camino de conversión supone además un ponerse a la escucha de las sugerencias interiores del Espíritu, en un deslizarse entre el poder de la gracia y la limitación del pecado, entre la fuerza arrolladora de la humildad y la innata soberbia humana. Es un camino que necesariamente ha de culminar en un grito confiado: ¡Señor mira mi debilidad y ten misericordia!, al que Sor Consuelo añade indudablemente su incondicional acogida a la ternura infinita de su Madre:

“Madre Inmaculada di al Corazón de tu Hijo:
la que amas está enferma, cúrala haciéndola buena”

Sor Consuelo está convencida de la necesidad de la conversión en su vida, y la vive como un proceso en positivo que cada día le hace dar un paso más hacia la santidad. Como creyente en camino hacia la Meta, va experimentando progresivamente ese cambio interior que se va produciendo en la hondura de su ser, con la ayuda de la gracia y su esfuerzo personal:

“La Santísima Virgen me va concediendo la igualdad de carácter que tanto necesitaba, pedía y deseaba; el estar siempre de un mismo ánimo, a fuerza de vencimiento por la gracia de Dios. El otro día alcancé un pequeño triunfo sobre mí misma y mi gran soberbia...En otra ocasión, dado mi orgullo y amor propio, me hubiera dejado avergonzada, turbándome y quitándome la paz interior; en esta ocasión me dejó muy contenta y gozosa por haber tenido motivo de llevar esa pequeña humillación por amor de quien quiso ser tan grandemente humillado en su Pasión por mi amor y ser pospuesto al más infame ladrón”


Viviendo el espíritu de penitencia
Cristo ha recorrido un camino concreto abrazando la Cruz y la ignominia. En la vida del Mínimo no puede faltar la contemplación y la participación en este misterio insondable de la Cruz, fuente y culmen de su peregrinación hasta llegar a la eclosión de la Resurrección. A la luz de este misterio es como Sor Consuelo asumió el sufrimiento, el dolor, la renuncia y la cruz para lograr una perfecta configuración con Cristo. En Jesús encontró el modo de vivir el sufrimiento para no experimentarlo como una desgracia irreparable o como un grito de desesperanza, sino de confiada esperanza que le pone en manos de Quien sabe le ama en plenitud. En Jesús, Dios ha vencido el dolor asumiéndolo y encarnándose en él. Esta convicción avivó en Sor Consuelo las energías necesarias en la lucha para asumir el sufrimiento, desde esa entrega servicial y amorosa que anuncia y realiza la victoria del poder de Dios en su lucha contra el mal. Esta gozosa esperanza hace de Sor Consuelo un reclamo para todos aquellos que buscan el sentido de la vida y se debaten en medio de la tribulación; ella testifica con su vida que el Padre no olvida a aquellos con quienes le vinculó el amor. Así mismo supo encarnar en su vida, con la gracia de Dios y de la mano de María, su anhelo constante por la gloria de Dios y la salvación de los hombres.

“Pida a María para mí estas dos cosas tan sencillas al parecer, que mi vida toda y actos de la misma siempre vayan encaminadas y dirigidas a procurar la mayor gloria de Dios y salvación de todas las almas para apagar la gran sed que le devoraba en la Cruz”

Este misterio del Amor que se entrega, plenifica el caminar de Sor Consuelo que, iluminada por la gracia, vislumbra que <el grito de Jesús en la cruz no delata la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre por amor para la salvación de todos>. Situada en esta línea y en fuerza de su misma vocación mínima, Sor Consuelo muestra su decidido empeño por asemejarse al Crucificado, y se siente urgida a aprovechar cuanto le acontece sin demora:

“Ofreceré a Jesús por María todo lo de costumbre y un poquito más”; ejercicio arduo y continuo en el cual nunca le faltó la presencia de María, con Ella podía afirmar: “Todo sea por Jesús y María y la salvación de las almas”

Es difícil penetrar en el misterio del dolor y del sufrimiento humano; un misterio que emerge en el grito de dolor de Jesús en la cruz, donde se unen admirablemente el sufrimiento y la confianza. <¿No será acaso este grito la mejor prueba de que se puede no ver a Dios y estar en sus manos?> En ese laberinto de luces y sombras que es la existencia humana, Sor Consuelo supo dirigir sus pasos, con seguridad humilde, por el camino estrecho que conduce a Dios, siempre bajo la mirada de María y junto a Ella. Todo le parecía poco al contemplar el Misterio de la Cruz, <ante el cual el ser humano no puede por menos de postrarse en adoración...¿es posible imaginar un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa?>. Así podía exclamar:

“No vaya a creer que he sido una mártir, no era para tanto, hasta asemejarme a Jesús y María en el sufrimiento, aún me falta mucho, ¿verdad?”.

Su espíritu de penitencia, su renuncia radical a todo cuanto pudiera suponer satisfacción propia, se condensaron en un ansia incontenible de acompañar a Jesús y María en los sufrimientos de la Redención:

“Quiero que mi cielo en la tierra sea sufrir por Ellos, el hacerme como leña seca que se queme en su honor y en favor de los pecadores”

Todas las ocasiones que se le presentaban para ofrecérselas al Señor, le parecían insuficientes, y hasta se acrecentaba en ella de forma casi espontánea una profunda alegría interior, que al mismo tiempo irradiaba al exterior con la sencillez del que se siente agraciado y no duda en corresponder con generosidad:

“¡es tan dulce sufrir algo por quien tanto padeció por nosotros para hacernos eternamente felices!”
Ella misma nos atestigua en sus escritos que ofrece “muchos pequeños sacrificios”;
pequeños sacrificios con los cuales iban muy a menudo entremezclados otros no tan pequeños, en una invocación incesante a la protección de María:

“Pida a la Santísima Virgen me conceda mucho espíritu de oración y sacrificio, ya que no hay verdadero amor sin sacrificio, pues a más amor más sacrificio y a mayor sacrificio mayor amor; espíritu de reparación, de celo por las almas”.

Anhelos salidos sinceramente de su corazón y alimentados desde su específico caminar en la vida mínima que ha profesado.
Sor Consuelo <ha sido heroína del sufrimiento porque ha vivido la espiritualidad del sufrimiento, aceptando con alegría y plena conformidad la voluntad divina. Gastarse por Cristo en la alegría de sufrir por los demás en un altruismo heroico de inmolación con Cristo ha sido la meta de su vida. Asociada a la cruz, ha sabido ser la mujer fuerte, apurando hasta el fondo el cáliz del sufrimiento>. Con una conciencia cada vez más contundente de su debilidad, Sor Consuelo va caminando adherida a la Cruz, siempre de la mano de la Virgen:

“Quiero sufrir por Ellos como Ellos sufrieron por mi amor. Pídales me admitan por compañera en el camino al Calvario pero que Ella que es Madre de la divina gracia, me conceda mucha y gran virtud y fortaleza ya que por mí misma nada puedo”

Como el grano que muere y se va insertando en el Cuerpo de Cristo resucitado, Sor Consuelo es signo visible del Misterio Pascual; a través del espíritu de penitencia va impregnando el mundo y la historia toda de vida y resurrección. La disponibilidad a toda forma de sacrificio es una prueba fehaciente de amor y colaboración a la salvación de los hombres. Esta dimensión penitencial de su ser mínima, engendra en Sor Consuelo la auténtica y plena alegría de quien se une al sacrificio redentor de Cristo en la Cruz, es el quid del valor corredentor que subyace en la espiritualidad Mínima. Sólo desde esta perspectiva se capta la hondura de la Minimez.
Sor Consuelo hizo verdaderamente de su vida una profecía de la Pascua puesto que lleva hasta sus últimas consecuencias la dinámica esencial de la vida cuaresmal, profesada como voto, con el propósito de hacer mayor penitencia y se convierte en signo elocuente del caminar evangélico dentro de la espiritualidad mínima: despojo, humillación, servicio y anonadamiento como cimiento primordial hasta su plena inserción en el misterio pascual del Redentor.

“La vida del Mínimo es plenamente cuaresmal sólo si está penetrada de la esperanza pascual y si ya, de hecho produce cada día frutos de resurrección. El Mínimo es por vocación un resucitado...porque comienza a ser transformado por la comunión con el Misterio Pascual de Cristo”