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Decreto
SOBRE LAS VIRTUDES HEROICAS
VENERABLE CONSUELO UTRILLA LOZANO
DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

La Venerable Sierva de Dios, Sor Consuelo Utrilla Lozano del Inmaculado Corazón de María, nació el 6 de septiembre de 1925 en Daimiel (Ciudad Real-España), y dejó esta vida terrena el 9 de diciembre de 1956.
Se entregó plenamente a Dios en la vida consagrada de las Contemplativas orantes y penitentes, fundadas por San Francisco de Paula, afirmando al respecto: “¡Estoy decidida!, y realmente fue “Mínima de todo corazón y voluntad”.
Los nueve años transcurridos en la vida religiosa comenzaron con su invitación a cantar el Magnificat, expresando así su incontenible gozo y felicidad, porque -decía- es una gracia muy grande ésta que me ha hecho la Virgen, sintiéndose deudora de su intercesión. Concluyó estos nueve años con la invitación a cantar el Te Deum por haber triunfado Dios en ella, y con la renovación de su plena entrega a la Virgen: “Yo toda tuya, Tú toda mía”.
Se había propuesto gastarse por Cristo, en perfecta configuración con Cristo Crucificado y todo ello no solamente como fruto de ímpetu y entusiasmo juvenil, sino como una decisión madurada en la fe y en la caridad, para un servicio generoso y definitivo a Cristo, sostenido por su propósito:

“Quiero ser santa y una santa joven; no me conformaré con caminar despacio, debo andar deprisa por el camino de la perfección. Si no gasto la vida por Aquel que me la dio, ¿para qué la quiero? Deseo consumirme de amor”
“Quiero ser santa no para gloria mía, sino para gloria del Señor. Que toda mi vida sea un cántico perenne de amor y agradecimiento, y holocausto continuo por la salvación de las almas y demás necesidades de la Iglesia”.

Con tales convicciones, sentimientos y propósitos, la Venerable Sierva de Dios había comenzado desde muy joven a entregarse generosamente por esta causa, en total donación de sí misma a Cristo por medio de la Bienaventurada Virgen María, “camino breve, fácil y seguro”, como había aprendido por experiencia propia y ajena. Gradualmente la humilde contemplativa avanzó por los caminos del espíritu guiada por el sabio director espiritual de su alma, mas sobre todo por el Divino Espíritu, habitualmente invocado por ella y a quien se había confiado para “caminar unidos”, lanzándose “a ojos cerrados” en el seno de su Providencia, a fin de santificarse, tendiendo a Dios con todas sus fuerzas como al único término de su existencia. Y, primero en el siglo, después en religión, se consagró enteramente a Dios, en un crescendo de perfección, como corresponde al espíritu y a la exhortación del Fundador, San Francisco de Paula, en el “progresar de bien en mejor”, de virtud en virtud hasta el heroísmo. Así, en su avanzar sin retroceder, de lo bueno a lo mejor y de lo mejor a lo perfecto, en la vía de la regularidad y del amor, como consecuencia de este su andar por el camino llano del amor y del sacrificio, unido a suma simplicidad y alegría espiritual, santificaba el momento presente, ofreciéndolo al Señor, sin preocupaciones por el mañana, como dice Jesús en el Evangelio: “No os inquietéis, pues, por el mañana; porque el día de mañana ya tendrá su propias inquietudes; bástale a cada día su afán” (Mt 6,34).
De niña, la Venerable Sierva de Dios quedó huérfana de madre y al ser su padre militar creció con los abuelos maternos. En casa se manifestaba con edificación, en la escuela con provecho, en la iglesia con piedad, especialmente eucarística y mariana, en sociedad con mansedumbre y dignidad, cultivándose en la mente y en el corazón, y dando notable testimonio de honestidad y equilibrio. Aunque admirada por sus coetáneos a causa de sus virtudes y dotes humanas, no faltó nunca a la aspiración principal de su vida de darse para siempre y sólo a Cristo, frente al cual cualquier otra perspectiva humana, aunque buena en sí misma, carecía de consistencia. Tampoco valieron las oposiciones y contradicciones respecto a su opción de vida consagrada en la Orden de las Monjas Mínimas, y siguió esta vocación, anhelada durante años. Ya en religión, no puso dilaciones a la propia santificación, en el espíritu y ascesis propios de las claustrales Mínimas. No le faltaron dificultades, debidas especialmente a su índole y temperamento, que sin embargo dominó decididamente con edificación de las hermanas. En efecto, su vida teologal fue sublimándose cada vez más en la experiencia de fe y caridad heroicas, en el abandono confiado a Dios, expresándolo en la intimidad y familiaridad con El, hasta constituir el único amor y fin de su vida, su dichosa esperanza.

En las virtudes morales fue igualmente un verdadero modelo. Se le veía empeñada en ellas con santo y heroico celo, luchando consigo misma, con toda su voluntad, para dominar su natural vehemencia, hasta convertirla en fuente de paz y de vigor espiritual, con manifestaciones de sencillez y espontaneidad. Su mayor ardor y más señalado heroísmo fue asociarse al misterio de dolor de Jesús y María, en la expresión más sublime: corredentora y expiatoria, por la ofrenda victimal, concretando así su “gastarse por Cristo” de la forma más eximia.

Aproximadamente duró dos años y medio su pasión, amorosa y dolorosa al mismo tiempo, en la enfermedad que ella había pedido al Señor, petición prontamente escuchada y acogida por el divino beneplácito. Desde agosto del Año Mariano de 1954 hasta diciembre de 1956 coincide en ella el culmen de pruebas y virtudes eximias, plenamente sujeta a la suprema prueba espiritual y moral, e incluso física, de la purificación místico-pasiva del cuerpo y del espíritu, hasta que Dios la llamó al cielo hallándola digna de sí.

El modelo de santidad en ella propuesto por la Iglesia, es de los más actuales e imitables, especialmente para la juventud, pura y generosa, así mismo para los consagrados al amor de Jesús y María, particularmente en la vida contemplativa, “para que los que viven no vivan ya para sí, sino para Aquel que por ellos murió y resucitó” (2 Cor 5,15). Su itinerario de perfección es de los más comunes, pero su ánimo interior de los más humildes y generosos, habiendo correspondido Sor Consuelo en la expresión más concreta y comprometida del gastarse por Cristo, como lo más importante; intuido por la juventud más sincera, auténtica y dispuesta a comprometerse en totalidad, y compartido en su estilo propio.

La fama de santidad de Sor Consuelo del Inmaculado Corazón de María, iniciada ya en vida, creció en el bienio de su especial ofrecimiento victimal, e incluso en el momento de su muerte hubo quien expresó la esperanza de verla un día en los altares, auspiciando su reconocimiento canónico. Los trámites para este fin fueron iniciados por la Orden de los Mínimos y por el Monasterio de las Mínimas de Daimiel, cuando tal fama, cada vez mayor por el incremento sobrenatural producido por su eficaz patrocinio, traspasó los confines no sólo de su provincia, sino de su patria terrena, España, y de su Orden religiosa.
Obtenida la autorización de la Santa Sede, el Obispo de Ciudad Real (antes Pelatura Nullius ‘Cluniensis’) inició la Causa de beatificación y canonización con la celebración del proceso cognicional (en los años 1980-1982), cuya autoridad fue aprobada por la Congregación para las Causas de los Santos, con decreto promulgado el 19 de septiembre del años 1984.

Preparada la Positio sobre las virtudes, se ha discutido si tales virtudes resultaban ejercitadas en grado heroico. El 26 de abril de 1994, el Congreso especial de los Consultores Teólogos dio voto favorable al respecto. En el mes de julio siguiente, el día 5, se desarrolló la Sesión Ordinaria de los Padres Cardenales y Obispos actuando como Relator el Emmo. Cardenal D. Simone Lourdusany: “Todos han afirmado que la Sierva de Dios ha ejercitado las virtudes teologales, cardinales y anexas en grado heroico”.

Presentado, pues, cuidadosa relación de cuanto antecede por el infrascrito Cardenal Prefecto al Sumo Pontífice Juan Pablo II, S.S. acogiendo y ratificando los votos de la Congregación para las Causas de los Santos, ordenó que se redactase el Decreto correspondiente a las virtudes heroicas de la Sierva de Dios. Lo que fue ejecutado en “ad arte”, y llamando junto a Sí al infrascrito Cardenal Prefecto, al Relator de la Causa y al Obispo Secretario de la Congregación, como también a los que ordinariamente son convocados, ante todos los presentes, el Beatísimo Padre declaró solemnemente:

“Resultan ejercitadas en grado heroico las virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad tanto hacia Dios como hacia el prójimo, además, de las Cardinales: Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza y las anexas, por parte de la Sierva de Dios María del Consuelo del Inmaculado Corazón de la B. Virgen María (en el siglo: Consuelo Utrilla Lozano), Monja Profesa de la Orden de los Mínimos, en el caso y al efecto de los que se trata”. Ordenó también que este Decreto sea publicado y trasladado a las Actas de la Congregación para las Causas de los Santos.
Dado en Roma, el 15 de diciembre de 1994.
ANGELO Card. FELICI, Prefecto
EDUARDO NOWAK, Arzobispo tit. di Luni - Secretario