Fundador: San Francisco de Paula
San Francisco de Paula, el Buen hombre. La Kénosis de la minimez, camino hacia la Pascua
San Francisco de Paula, el Buen hombre
La kénosis de la minimez, camino hacia la Pascua

 
En el marco del V Centenario de la canonización de San Francisco de Paula, me alegra compartir algunas líneas sobre la vida y mensaje de nuestro santo Padre y Fundador, el Buen hombre, como era conocido en Francia, buceando en el carisma mínimo, como kénosis de la minimez en camino hacia la Pascua.

Como en todos los santos, la acción de Dios fue total en Francisco de Paula, en medio de las fatigas y limitaciones, le bastaba abandonarse a la acción divina para sostenerse. Sin ese abandono sería incapaz de traslucir paz y sosiego en medio de la lucha, abrazado a un estilo de vida en configuración total con el crucificado. Un abandono filial y confiado que le llevó a mostrarse afable y misericordioso, humilde y penitente, caritativo y orante, fiel a Dios y a sus inspiraciones, obrando “secundum Deum” y dirigiendo siempre sus pensamientos e intenciones a Dios: “¡Oh Dios caridad!” solía repetir en todo momento. “El conocimiento de su nada, la solicitud por su salvación, la convicción de la propia y absoluta inutilidad sin el socorro de la gracia, y como consecuencia la oración instante y frecuente, tanto más eficaz cuanto más confiada, son para el alma un casco o yelmo de bronce, contra el cual se estrellan los golpes de la soberbia”[1].

En el Proceso Turonense, llevado a cabo en Tours (Francia) en el año 1513 para la canonización de San Francisco de Paula, los testigos eran de todas las condiciones sociales, desde el noble y magistrado hasta el albañil; desde la viuda del presidente del Senado de Grenoble, hasta la mujer de un albardero y todas sus declaraciones reflejan una gran admiración hacia el humilde Ermitaño.

Llama la atención que casi todos ellos conocieron y trataron a San Francisco en el convento o dependencias del mismo. Por sus declaraciones da la impresión de que el buen Padre nunca salió de aquel recinto o al menos de la ciudad de Tours. La figura humana y espiritual de San Francisco que se desprende de cuanto dicen es la de un hombre mayor, que “vivía solo en una casita retirada dentro del recinto del convento”, que llevaba una vida muy austera, que dedicaba la mayor parte de su tiempo a la oración y al trabajo en el huerto y que siempre hablaba por medio de un intérprete. Efectivamente parece que sólo hablaba en calabrés, su lengua materna. No obstante cuantos tienen oportunidad de escucharle quedan admirados por lo que dice y cómo lo dice. Son varios los testigos que, por el porte y género de vida que llevaba, lo presentan cual otro Juan Bautista. Y alguno llega a afirmar que si estuviera permitido lo llamaría ya santo[2].

Francisco de Paula llevaba una vida intachable y santa[3], y se sabía amado de Dios, el más pequeño de sus hijos, el mínimo de los mínimos siervos de Jesucristo bendito, como solía firmar. Amaba a la Iglesia y fue impulsado por el Espíritu de Dios para convertirse en Padre y Fundador, después de unos inicios de vida solitaria en los bosques de Paula, su tierra natal:

“Reverendos hermanos, salud y bendición apostólica. Nuestro amado hijo Roberto, con título de Santa Anastasia, presbítero Cardenal, nos expuso no hace mucho que en otro tiempo Francisco de Paula, por su vida, costumbres, religión y conducta intachable, fue probado y acepto a Dios y a los hombres. Que fundó una Orden en la cual los que la profesan deben llevar una vida de observancia cuaresmal a tenor de una regla y modo concreto de vivir. Que asimismo obtuvo de Nos y de nuestros predecesores la confirmación de su Institución y Orden, y que debido a la ejemplaridad de su vida, el olor de su buena fama, la devoción del pueblo y la divulgación de sus milagros, el papa Sixto IV, de feliz memoria, predecesor nuestro y tío nuestro según la carne, a petición de Luis, rey de Francia, de esclarecida memoria, le mandó que se trasladara a Francia, a presencia del mismo Rey. Que así mismo se levantaron y construyeron con la ayuda de los fieles muchos conventos de dicha Orden bastante grandes en los reinos de Francia, España y Alemania y en las regiones de Sicilia, Calabria y Apulia. Con sus oraciones y méritos, el Altísimo se dignó obrar muchos milagros, y ello puede saberse por la declaración de testigos fidedignos, cuya muerte se teme, dada su avanzada edad. Y como quiera que el General de dicha Orden y los profesos desean que no perezca la verdad, a causa del posible fallecimiento de los mismos testigos, quieren que se examinen sus declaraciones y se les dé una forma pública y oficial. Nos, en atención al mismo Roberto Cardenal, que profesa a dicha Orden singular devoción y afecto, accediendo a los ruegos del General y de los mencionados profesos, por la presente encargamos y ordenamos a vosotros y a cada uno de los vuestros que, bajo nuestra autoridad, averigüéis diligente, fiel y sabiamente sobre la fama, vida y milagros del mismo Francisco realizados en su vida. Y todo lo que comprobéis que es verdadero nos lo expongáis con fidelidad en vuestras cartas debidamente cerradas y protegidas con vuestros sellos, o procuréis enviárnoslo, sin que obste a ello constitución u ordenación apostólica alguna o cualesquiera otras disposiciones de signo contrario. Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del pescador, el día 13 de mayo de 1512, año noveno de nuestro pontificado.”[4]

Bellísimamente recoge este inicio del Proceso turonense, en palabras del Papa Julio II, el deseo ardiente de dar a conocer a la Iglesia entera y a todo el mundo, el mensaje y la santidad de vida del Buen hombre, del humilde ermitaño Francisco de Paula, gracias al cual nos han llegado significativas apreciaciones de su vida santa, para estímulo de todos, máxime, para quienes seguimos haciendo vida su propuesta penitencial, caritativa y humildemente oracional.

Juan Gaudin, es un mercader que vive en la parroquia de San Pedro de Corps, en los suburbios de Tours; tiene alrededor de sesenta años de edad. El testigo, sobre la fama, vida y milagros del difunto fray Francisco de Paula, general, mientras vivió, de la Orden de los Mínimos, declara únicamente lo que sigue, o sea que nunca conoció al mencionado difunto, sino que durante su vida y después de su muerte oyó decir muchas cosas buenas a varios de los frailes del convento de los Mínimos de Plessis du Parc, a los que en varias ocasiones hospedó en su casa.[5]

La mayoría de los testigos relatan con admiración cuanto conocen directa o indirectamente de Fray Francisco y muchos de ellos no dudan en afirmar que el trato con él, les llevó a un cambio de vida, un cambio radical hacia el bien, en definitiva a una conversión y una vuelta sincera y decidida a Dios y a su Iglesia:

  Miguel Marseil, es albañil y vive en la parroquia de Santa María La Riche; tiene unos cuarenta años de edad. El testigo dice y declara que conoció al difunto fray Francisco de Paula en el convento de los Mínimos, cerca de Plessis du Parc, durante los tres o cuatro años que vivió en Tours antes de la muerte (del Hermano), pues por su trabajo (Francisco) le llamó para construir una parte del edificio o casa de dicho convento junto con el difunto Juan Bussières. En aquel tiempo se decía que dicho difunto de Paula vivía una vida muy austera; y recuerda que el referido Bussières le dijo muchas veces que desde el tiempo en que había empezado a trabajar en dicho convento había hecho grandes progresos en el bien. Lo debía, según creía, a las oraciones de dicho difunto, ya que Bussières, según él mismo decía, había empezado a trabajar allí desde muy joven cuando llevaba una vida liviana. De ahí que el mencionado difunto le exhortara a iniciar una vida según el temor de Dios. Por eso Bussières, que había llegado a ser rico y poderoso, decía que todos sus bienes los había conseguido gracias al auxilio y consejo del difunto de Paula[6].

Juana de Mesnaige, al ser interrogada declara que lo conoció hace once años de verle y oírle, ya que recibió de él exhortaciones e instrucciones para que guardara los mandamientos de la ley de Dios. Acerca de su fama declara lo que comúnmente se decía en su tiempo, que llevaba una vida muy religiosa y devota y de la máxima austeridad. [7]

Con razón era llamado el Buen hombre, numerosos testigos afirman que su trato era sumamente afable y respetuoso, y exhortaba a todos a una conversión de vida, a un encontrarse con Dios y con el hermano, desde la fraterna comunión de vida en Cristo Jesús, el Señor.

El reverendo Dr. Juan Cormier, presbítero y conde palatino, notario apostólico y limosnero imperial de Gandiaco, cerca de Tours; vive en esta ciudad y tiene unos cincuenta años de edad. El testigo declara que, hace unos veintisiete años, que conoce al difunto fray Francisco de Paula, general, mientras vivió, de la Orden de los Mínimos, al que vio y con quien habló en varias ocasiones en el convento de los Mínimos de Plessis du Parc, cerca de Tours. Y que en el trato y coloquio con él el testigo jamás oyó que saliera de su boca una palabra fea; antes bien, las palabras que salían de sus labios siempre estaban llenas de devoción y contemplación, y siempre eran de exhortación a hacer el bien. …. encomiaban a ultranza las virtudes y la vida de Francisco de Paula, cuya existencia discurría en un clima de temor de Dios y en la oración perseverante, dentro de la máxima sobriedad y austeridad de vida.[8]

La vida de Francisco de Paula, estaba orientada hacia Dios; oraba en todo tiempo y lugar, y esta oración le conducía irremediablemente al trato humilde y cercano a todos, porque Dios es Amor, Amistad, Fraternidad. El humilde ermitaño de Paula, en plena corte del Rey de Francia, es apreciado por cuantos le conocen, porque palpan y ven en su porte y vida, la coherencia total. No sólo hablaba con Dios, sino que hablaba de Dios a quienes le visitaban. Su vida austera y penitente, orante y solitaria, no le cerraron al hermano, a todos exhortó y amó.

La honesta señora Juana, es viuda del difunto Martín Daulin, vive en la parroquia de San Saturnino, de Tours, y tiene unos cuarenta y cinco años de edad. Interrogada sobre la fama y vida del difunto fray Francisco, declara que, conforme la gente decía de él, fue un hombre de una vida de gran austeridad, piadoso, humilde y lleno de caridad; incluso ella misma le oyó decir palabras divinas con que exhortaba a hacer el bien.[9]

Les exhortaba a que se encomendaran a Dios y que tuvieran confianza, que con la ayuda del Señor, superarían todo trance[10]. Todos admiran su austeridad y tenor de vida, se sentían amados de Dios, gracias a sus palabras y acciones, en definitiva, volvían sus corazones a Dios. “Las llamadas que él hacía –debido a la credibilidad de su vida- surtían efecto. Esta es la impresión que tuvieron sus contemporáneos: <decía a todos: convertíos de este y este pecado, de modo que había puesto a todos en el camino justo>. Por tanto, bien mereció ser llamado un segundo Juan Bautista, y esto no sólo por su austeridad, sino incluso por la misión desempeñada con la gente al llamarla a la conversión”[11].

Juan Jolys, mercader y hostelero, vive en los suburbios y parroquia de Santa María La Riche, de Tours; tiene unos setenta y cuatro años de edad. El testigo vio bastantes veces al hermano Francisco de Paula en el convento de los Mínimos, junto a Plessis du Parc, construido y edificado en su tiempo, donde llevaba una vida sumamente religiosa, o sea forjada en la oración y otras devociones. Llevaba una vida de máxima austeridad por lo que corrientemente se decía que no había mortal que en aquel tiempo llevara vida tan austera; y era muy alabado por su fama y vida intachables.[12] 

Una enorme multitud de gente acudía a despedirse de Francisco, el Buen Hombre. Porque era varón piadoso, benigno y humilde, de vida íntegra y de mucha abstinencia.[13] Hoy su mensaje nos interpela para ser, portadores de misericordia y receptores de la misma, como muy bien nos ha exhortado el Papa Francisco en su primer viaje a Corea: Ser portadores de misericordia y receptores de la misericordia que Dios dona a los hermanos para hacérnosla llegar.

El honorable Sr. Emerico Bernardeau, es mercader y vecino de Tours; tiene unos  cincuenta y tres años de edad. Sobre la vida, fama y milagros del hermano Francisco de Paula, General mientras vivía, de la Orden de los Mínimos, declara que lo conoció desde el tiempo en que éste llegó a Francia, hace unos treinta y cinco años aproximadamente, ya que desde aquella época visitó bastantes veces el convento de los frailes Mínimos, de Plessis du Parc, en el que estaba y ha estado fray Francisco de Paula hasta su muerte. Según pudo apreciar, Francisco era un hombre de gran santidad y vida de tanta abstinencia que a juicio del testigo ningún mortal, después de Juan el Bautista, pudo vivir con tanta perseverancia y por tan largo tiempo una vida tan austera como la del difunto fray Francisco…Además declara que el hermano Francisco murió el día de Viernes Santo, pero no recuerda el año, y que aquel mismo día acudió al convento una enorme multitud de gente con el deseo verle.[14]

A lo largo de su vida, recalcan los testigos, el hermano Francisco tuvo palabras devotas y de consuelo. No cejaba en su empeño de exhortar muchas veces a que se observaran los preceptos del decálogo, y continúan afirmando de Francisco que todos los que le habían conocido juzgaban que llevaba una vida santa y austera.[15] “La presencia masiva de gentes lo convierte en consejero espiritual de muchos… y lo hace acudiendo a lo más central del mensaje evangélico, o sea apelando a la conversión del corazón. Por eso presenta siempre la misericordia de Dios que nos espera: <arrepentíos de vuestros pecados, pues Dios os espera con los brazos abiertos> <Anda, limpia tu casa, o sea la conciencia y sé buen cristiano>[16].

San Francisco vivió en soledad sus primeros años en los bosques de Paula, en oración y dedicado sólo a Dios; en una gruta bebió de las fuentes de la salvación abismado en la contemplación del Verbo Encarnado. Pero Dios, en su designio amoroso, quiso llamarlo para formar una nueva familia religiosa en la Iglesia, la Orden de los Mínimos, y comenzaron a unirse a nuestro santo, jóvenes entusiastas, deseosos de Dios y su evangelio. No fueron en vano los años de soledad y silencio, siempre llevó consigo esta consigna y la plasmó en sus seguidores. Los misterios de Dios contemplados desde su corazón juvenil, se fueron haciendo vida en sus compañeros y numerosos testigos afirman la afabilidad y alegría que su trato irradiaban. Una alegría, que no puede ser, sino fruto de una vida misericordiosa y caritativa, hacia los demás, firmemente unida a Cristo y a su Iglesia. La oración y contemplación de Cristo en su Misterio Pascual, llevaron a Francisco de Paula a ser el Buen Hombre, experto en humanidad:

“Para ustedes, hombres y mujeres consagrados a Dios, esta alegría hunde sus raíces en el misterio de la misericordia del Padre revelado en el sacrificio de Cristo en la cruz. Sea que el carisma de su Instituto esté orientado más a la contemplación o más bien a la vida activa, siempre están llamados a ser «expertos» en la misericordia divina, precisamente a través de la vida comunitaria. Sé por experiencia que la vida en comunidad no siempre es fácil, pero es un campo de entrenamiento providencial para el corazón. Es poco realista no esperar conflictos; surgirán malentendidos y habrá que afrontarlos. Pero, a pesar de estas dificultades, es en la vida comunitaria donde estamos llamados a crecer en la misericordia, la paciencia y la caridad perfecta”[17]

El ser misericordiosos, es en definitiva volver a afirmar lo que dice el Concilio Vaticano II, que todos estamos llamados a la santidad y es el Espíritu de Dios quien nos mueve a ello. “Si eres obra de Dios, contempla la mano de tu artífice, que hace todas las cosas en el tiempo oportuno, y de igual manera obrará oportunamente en cuanto a ti respecta. Pon en sus manos un corazón blando y moldeable, y conserva la imagen según la cual el Artista te plasmó”[18]. La gloria de Dios consiste en que el hombre participe libremente de su misma vida divina y la manifieste en su vida, y esto constituye no sólo su plena felicidad, sino la santidad. La santidad es fruto de este amor de Dios aceptado y secundado por el hombre; Sí, estamos llamados a la santidad para gloria de Dios y salvación del mundo. La salvación no es fruto de una misericordia abstracta de Dios al final de los tiempos, sino que es fruto de una misericordia de Dios actuante en la historia y que va haciendo camino con nosotros[19]. “A través de nosotros, los transformados, que hemos llegado a ser un solo cuerpo, un solo espíritu que da vida, toda la creación debe ser transformada. Toda la creación debe llegar a ser un nueva ciudad, un nuevo paraíso, morada viva de Dios: Dios en todos (1 Co 15,28)”[20].

La Familia Mínima de San Francisco de Paula, debemos distinguirnos por la Caridad, de ahí el lema CHARITAS, que junto a la penitencia y la humildad, constituyen los tres pilares de nuestro carisma, todo ello vivido en clima de oración.

Guillermo de Saint-Thierry, en su descripción detallada del monje misericordioso, nos enriquece en nuestro caminar fraterno, donde unos y otros, nos ayudamos de corazón:
“El celo y la aplicación a la oración son tan grandes y tan continuos que cualquier lugar llega a ser lugar de oración, como un lugar donde Dios reina... En los ejercicios comunes de piedad, e incluso en un cierto encanto de los rostros, de los cuerpos y de sus relaciones mutuas, los hermanos ven en ellos mismos la presencia de la bondad divina y se unen con tanto amor que, como los serafines, cada uno se inflama de amor por Dios a partir del otro, y que no tienen nunca bastante con lo que se aportan mutuamente”

¡Qué maravilla!, cada uno se inflama de amor por Dios a partir del otro. Es una de las expresiones más acertadas sobre el amor fraterno, el amor que nos une a quienes nos amamos en Cristo. Así es la vida de los santos, que dejan tras de sí una estela luminosa de claridad. Porque sólo un amor ardiente e inquebrantable llena de luz una existencia, porque el amor posee el secreto de dilatar el corazón[21]. Porque nadie se parece más a Dios que el que tiene misericordia por sus hermanos[22]. Se trata de llevar los unos las cargas de los otros, lo cual significa servirse recíprocamente, así como Cristo quiere en espíritu de humildad[23].

Nunca es bastante, es la sed que nos hace vivir con ardor, con mayor hondura el Misterio, y que nos impulsa a amar como sólo Dios sabe, y todo en clima de oración, porque cuanto más nos sumergimos en la oración, más se acrecienta todo este sentir. A partir del hermano yo me puedo inflamar de amor por Dios, ¿no es algo inefable? ¿Acaso no es lo que Cristo desea y nos ha regalado? El apóstol nos da la pauta: AMAR ES CUMPLIR LA LEY ENTERA. San Francisco de Paula nos ilumina con su CHARITAS, nos hace presente la ternura, el Amor, y tras sus huellas, embarcados en la eclesialidad continuamos los creyentes, Mínimos y Mínimas, personas en búsqueda de fraternidad, que transparentan COMUNIÓN, la que vivimos los que caminamos en pos de Jesús.

“Imaginemos una montaña en cuya cumbre está Cristo. Los cristianos subimos hacia la cima. En la misma proporción en que subimos nos vamos acercando los unos a los otros; o en la medida en que ascendemos nos unimos. Cuanto más cerca estamos de la cumbre más juntos estamos. Vivimos, pues, nuestra pertenencia a Cristo y al mismo tiempo la mutua pertenencia o unidad de los unos para con los otros. Si queremos completar la comparación hay que tener presente que somos impulsados hacia la subida por el Espíritu de Cristo.  Y aquí se puede admirar la sabiduría o la discreción de Dios en todo el proceso del amor: en realidad Dios no está en medio, sino dentro de nosotros impulsándonos hacia arriba. Ello significa que cuanto más amemos al que tenemos al lado más subimos.”[24]

El buen hombre Francisco de Paula es también signo de conversión y Profeta de la Pascua; pues como dice nuestra espiritualidad “La vida del Mínimo es plenamente cuaresmal sólo si está penetrada de la esperanza pascual y si ya, de hecho produce cada día frutos de resurrección. El Mínimo es por vocación un resucitado...porque comienza a ser transformado por la comunión con el Misterio Pascual de Cristo”[25].

Somos profetas de la pascua porque a golpes de eucaristía vamos impregnando el mundo y la historia toda de vida y resurrección[26], porque somos o debemos ser signo visible del grano que muere y al morir se va insertando en ese Cuerpo de Cristo resucitado. De ahí que la penitencia engendre alegría plena, afirmación de la que estoy convencida por propia experiencia y que me ilumina con una nueva y sorprendente luz. Y todo para gloria de Dios y bien de los hombres. Sí, nuestra misión es impregnar de resurrección toda la creación a golpes de eucaristía. Porque ¿qué es eucaristía sino oblación, sacrificio, entrega, donación...? y ¿qué es la penitencia sino inmolación de nuestro propio ser para unirnos a la Inmolación de Cristo, el único sacrificio agradable al Padre? Luego bien podemos decir que la vida mínima es esencialmente eucarística y aquí queda salvado un poco todo peligro de orgullo espiritual porque ninguna penitencia vale si no está unida al sacrificio de Cristo. Es verdad que dice la Escritura “misericordia quiero y no sacrificios”. Sin embargo Cristo ha recorrido un camino concreto abrazando la Cruz y la ignominia, y aquí está el quid de nuestro deseo de conformación con Él.
Dice S. Pablo “vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mí”. ¿Pero cómo puede decir esto S. Pablo con tanta firmeza, cómo puedo yo afirmarlo? Sí, es verdad que Cristo se me da en la Eucaristía, de este modo, sí puedo decir que Él vive en mí, a pesar de mi debilidad; ahora, eso de dejar de ser yo, para que Cristo sea en mí, no es un deseo meramente espiritual que se me dará más en la otra vida, sino que es una realidad de mi hoy concreto, porque no se trata de ir muriendo sino de ir viviendo en el cuerpo resucitado de Cristo. Es continuar viviendo la entrega pero desde otra perspectiva. Esta visión de la vida y de la muerte es impactante, se escapa de las manos, pero ha sido vivida por los santos, San Francisco de Paula lo vivió desde esta dimensión de su carisma Mínimo, orientado a la Pascua. Él asimiló en propia carne este misterio pascual y nosotros hoy, queremos continuar viviendo y trasluciendo al mundo su Mensaje.

Francisco de Paula, se adentró en el Misterio del Verbo Encarnado y desde su contemplación fue surgiendo el Buen Hombre, penitente y austero, feliz y abandonado en las manos del Padre. En su retiro y oración, contemplaba al Hijo de Dios que siendo más se hace menos, lo que S. Pablo expresa en la Ep. a los Filipenses, que siendo Dios se hizo hombre y se anonadó, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz.

“A lo largo de los años siempre me ha hecho pensar la perfecta coherencia que implica tal gesto. Si el Hombre sufrió la tentación de querer ser como Dios - le sedujo lo absoluto- olvidando o ignorando que Dios es comunidad -relativo- y cayó en ella, nada más lógico que el Hijo de Dios, el Alter ego de Dios, que viene a restaurar lo que el Hombre había destruido, empiece por ser menos de lo que es para que el Hombre sea lo que tiene que ser.
Este tema ha sido y sigue siendo, para mí, clave. Porque no sólo el pecado del primer Hombre fue el querer ser como Dios, sino que esa tendencia la llevamos todos metida en el fondo del alma, inmersos en una trágica equivocación. Queremos ser más en el camino de la unidad, -el yo se hincha como un globo- olvidando que el único modo de ser es abrirse a la alteridad. La unidad sólo se logra en la alteridad.  Queremos que nos valoren, que nos estimen, que nos quieran. Tememos que nos desprecien, que nos olviden, que nos marginen. Y cuanto más tenemos más queremos. Somos insaciables. El ser humano se enamora de sí olvidando al otro; siempre quiere ser más en todo y vive para sí. El ser humano se enamora de ser y quiere ser más.
De ahí la sabiduría de Dios y de su Hijo encarnado de emprender un camino contrario, de locura para unos y de necedad para otros, pero de profunda sabiduría porque abre al mundo de la alteridad, del amor. No vives para ti sino para el Tú y los otros. Eres relación. Nos enseña, paradójicamente, que el único camino del ser es el olvido de sí por amor al otro. Este es el mundo de Cristo desde la eternidad y es el que nos trae. Dios es Uno y Trino.
Hay que resaltar, por consiguiente, que ese anonadamiento no camina hacia la merma de la personalidad sino precisamente para realizarla en la verdad. No es un aniquilamiento de la persona sino el camino de su afirmación, caminando hacia el otro y olvidándose de sí. Hay que observar que esa apertura, relatividad o alteridad es comunicación de la vida de Dios; y por eso le cuesta tanto a lo natural del Hombre[27].

Si Jesús ha recorrido un camino concreto, él, Francisco, debía recorrerlo de igual manera. Y este anonadamiento, que es la base de la vida cristiana, fue su máxima a seguir. Por tanto, si se trata de olvido de sí y afirmación del otro, significaba que, para él vivir esta kénosis, tenía que olvidarse hasta de querer vivirla, es decir, “EL UNICO CAMINO PARA SER ES NO SER”[28].

A la luz del Misterio aprendió: para vivir hay que vaciarse de sí mismo. Si no hay olvido de sí, no hay nada de nada, teniendo en cuenta que este olvido de sí es por amor al otro, por amor a Dios en primer lugar y por amor al prójimo. Cuando yo por amor me olvido de mí es cuando realmente soy, porque estoy en la línea de Cristo. La cuestión está en que toda abnegación auténtica está en función del amor, como la madre que se pasa la noche en vela junto al hijo enfermo. La abnegación por la abnegación es un sin sentido. Eso no es cristiano ni humano[29]. La base de este camino de anonadamiento es considerarse inferior al otro, es ese SER MENOS. Y todo únicamente por amor. ¿Cómo ser menos? Pues sencillamente fijando la mirada en Cristo, intentar vivir de cara a Él, alegrándome con los que me rodean, con sus alegrías, siendo transmisores de su bondad, de su humildad, de su verdad, no dejándonos llevar del orgullo que nos hace sentirnos heridos por todo... porque si nos hiere cualquier palabra, cualquier olvido que tienen de nosotros, que no nos han tenido en cuenta, que fíjate... entonces ya no estamos siendo menos, estamos queriendo hacer valer nuestros derechos, estamos queriendo ser más. Creo que cuanto más nos adentremos en Dios, mejor lo iremos entendiendo y viviendo, es un proceso, hay que recorrer el camino, hay que ir al paso de Dios. Él sabe nuestras fuerzas, por tanto, nos queda confiar y responder según vayamos viendo.

Me vienen a la memoria unas palabras que iluminan muy bien nuestro deseo de ahondar en el Misterio de la Kénosis, desde la perspectiva del sufrimiento y de la muerte: “En la muerte de Jesús hay un profundo misterio de Amor: amor de Dios por el mundo, por los hombres, por toda la historia de la humanidad, tocada por el pecado. A partir de Jesús, la muerte puede convertirse en sacrificio. Gracias a su libertad soberana, Jesús ha convertido el destino de muerte de los hombres en posibilidad de ofrenda. Gracias a su obediencia, el Hijo ha tocado la muerte para que no sea ausencia de vida, sino entrega de todo lo que somos. La muerte y la resurrección son las dos caras de una única realidad: el sacrificio, la vida entregada a Dios”[30].

La familia Mínima de San Francisco testimonia hoy ante el mundo la comunión fraterna; a través de la caridad fraterna testificamos nuestra comunión con Dios. Servir al prójimo con humildad expresa una actitud ‘penitencial’ y equivale a un tesón constante y total por hacer realidad el dominio de Dios sobre el hombre y sobre el mundo.[31] No se trata de practicar actos difíciles, sino de la intensidad de la caridad con que se practican.
Uno de los testigos del Proceso afirma que Fray Francisco era un varón de gran abstinencia y austeridad, humilde y afable... Y oyó decir por los propios frailes, con los que trataba muchas veces, que en su conversación empleaba palabras divinas y santas exhortaciones, intercalando a propósito versículos de los salmos[32].

San Francisco se abismó en el Amor misericordioso de Dios y su Palabra le adentró en la grandeza de la misericordia, porque “el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia”. Sí, la fraternidad de Jesús es un camino de perdón y misericordia. Si aprendemos a perdonar podremos reproducir esa capacidad misericordiosa que Dios pone en nosotros. Quien es capaz de perdonar, hace que el perdón florezca entre los demás. Toda la vida es un camino de progreso en el perdón y la misericordia. Así nos comparte su experiencia Guillermo de Saint-Thierry[33]:
“Conscientes de nuestra común debilidad, es necesario humillarnos los unos delante de los otros y tenernos piedad mutuamente...paciencia mutua, humildad mutua, caridad mutua... pues el ver y aceptar la miseria común lleva consigo la exigencia de una común misericordia...pues nadie se parece más a Dios que el que tiene misericordia por sus hermanos... monjes y monjas de estos se encuentran en cada comunidad religiosa. Son el tesoro escondido. Son los terapeutas de sus hermanos. Iconos vivientes de Cristo servidor en medio de los suyos, su ‘humilde amor’ construye la Iglesia”.
Desde esta certeza cristiana, debemos caminar. Dios espera todo y no quiere medianías. Es Dios quien nos regala con presencias hermanas que nos hacen presente SU PALABRA y nos animan y estimulan. Francisco de Paula es una de estas presencias que exhalan el buen olor de Cristo, que con sus palabras y acciones se convierte en ese tesoro escondido en una comunidad que irradia paz, alegría, paciencia, humildad, caridad, fraternidad. Desde esta convicción, pedimos a San Francisco pida por toda su Familia religiosa para que sigamos dando al mundo testimonio de conversión.

 
Artículo de Monjas Mínimas de Daimiel

[1] EL ALMA DE TODO APOSTOLADO. Dom J.B. Chalitard, abad de la Orden cisterciense.
[2] Introducción Proceso Turonense, P. Abilio Mª León, OM.
[3] Carlos Chepault, testigo del Proceso turonense.
[4] Julio II, Papa, Proceso Turonense, llevado a cabo en Tours, 1513, para la canonización de Francisco de Paula.
[5] Proceso Turonense. Testigo Juan Gaudin.
[6] Proceso Turonense. Testigo Miguel Marseil.
[7] Proceso Turonense. Testigo Juana de Mesnaige.
[8] Proceso Turonense. Testigo Juan Cormier.
[9] Proceso Turonense. Testigo Juana de Daulin.
[10] Ibid.
[11] Giuseppe Fiorini Morosini. San Francisco de Paula, Vida, personalidad, obra, cap.XLI, p.393.
[12] Proceso Turonense. Testigo Juan Jolys.
[13] Proceso Turonense. Testigo María de Valleé.
[14] Proceso Turonense. Testigo Emerico Bernardeau.
[15] Proceso Turonense. Testigo Beltrán Bournault.
[16] Giuseppe Fiorini Morosini. San Francisco de Paula, Vida, personalidad, obra, cap.XLI, p.392.
[17] Francisco, Papa. Viaje a Corea 2014.
[18] San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, IV, 39, 2.
[19] Rvdo. D. Manuel Pérez Tendero. Clase en las Monjas Mínimas de Daimiel.
[20] Conferencia del cardenal Ratzinger. 6-9-2002
[21] El alma de todo apostolado. Dom. J.B. Chalitard. Abad de la Orden cisterciense.
[22] Guillermo de Saint-Thierry. Descripción detallada del monje misericordioso.
[23] Fundamentos bíblicos de la espiritualidad de la Orden de los Mínimos. P. Francisco Santoro, O.M. Capítulo 6
[24] Rvdo. D. Rafael Pérez Piñero. Retiro, ¿Quién soy?
[25] Líneas Maestras de espiritualidad-Estudio sobre la Regla. Federación de Monjas Mínimas.
[26] Rvdo. D. Manuel Pérez Tendero. Clase en Daimiel, Monjas Mínimas.
[27] Rvdo. D. Rafael Pérez Piñero, teólogo de Ciudad Real. Mi itinerario en la fe cristiana. Discurso de apertura del Curso 2006-2007, del Seminario de Ciudad Real.
[28] Este principio radica en este otro, completamente trinitario: La UNIÓN DIFERENCIA. Dios es la unidad y la diferenciación. A mayor amor, mayor respeto, por eso el olvido de sí por amor al otro es la realización de sí mismo por ese principio. El amor implica la afirmación del otro. Y eso conlleva consigo la afirmación de sí mismo en virtud del principio, la unión diferencia, es decir, a mayor amor mayor afirmación de los amantes. Es un hecho hasta de experiencia. El amor activa la fuerza del amante en la misma proporción del amor, es decir, del despojo de mismo amante. La negación de sí mismo solo se hace en función del amor, pero indica la fuerza del amante. Y de ahí su afirmación. Rvdo. D. Rafael Pérez Piñero. Teólogo de Ciudad Real.
[29] Ibid.
[30] Rvdo. D. Manuel Pérez Tendero, Ciudad Real. Carpetas BETANIA.
[31] Fundamentos bíblicos en la espiritualidad de la Orden de los Mínimos. P. Francisco Santoro. O.M. Cap.6.
[32] Año 1513, Proceso Turonense. Testigo Dr. D. Pedro Baillebis, maestro en artes y licenciado en leyes, de la curia metropolitana turonense, es abogado y reside en Tours, en la parroquia de San Pedro de Corps; tiene unos cuarenta y tres años de edad. Declara que conoció al difunto fray Francisco de Paula hace unos doce años, que lo vio y que conversó alguna vez con él.
[33] Descripción detallada del monje misericordioso.