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Espíritu de Santificación
ESPÍRITU DE SANTIFICACIÓN

 Por medio del Espíritu Santo tenemos: el restablecimiento en el paraíso, la subida al reino de los cielos, la vuelta a la adopción filial, la confiada libertad de llamar Padre nuestro a Dios, de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz, de tener parte en la gloria eterna y, en general, de estar en la plenitud de la bendición, en esta vida y en la futura, viendo como en un espejo la gracia de los bienes que nos reservan las promesas, y de los que esperamos ansiosos disfrutar por la fe, como si ya estuviesen presentes... Por consiguiente, estás pensando en tres: el Señor que ordena, la Palabra que crea, el Espíritu que consolida. Pero ¿qué otra cosa es consolidar, sino perfeccionar en la santidad, pues la consolidación significa la solidez, la inmutabilidad y la firme fijación en el bien? Ahora bien, no hay santificación sin Espíritu...  De quien ya no vive de acuerdo con la carne, sino que actúa en virtud del Espíritu de Dios, se llama hijo de Dios y se ha vuelto conforme a la imagen del Hijo de Dios, se dice que es hombre espiritual. 

Hacia el Espíritu se vuelve todo lo que tiene necesidad de santificación. Le desean todos los que viven según la virtud, como refrescados por su soplo y ayudados en orden a su propio fin natural…. es plenitud inmediata, fundado en sí mismo y presente en todas partes. Manantial de santificación, luz inteligible, abastece por sí mismo a toda facultad racional de algo así como cierta claridad para que encuentre la verdad. Inaccesible por naturaleza, aunque comprensible por su bondad, todo lo llena con su poder, pero solamente participan de él los que son dignos, y no con una participación de única medida, sino que reparte su poder en proporción de la fe. Simple en la esencia, es variado en sus maravillas, presente por entero a cada uno, también está por entero en todas partes. Repartido sin mengua de su impasibilidad, se le comparte enteramente, a imagen del rayo solar, cuyo favor se presenta a quien lo goza como si fuera el único, a la vez que alumbra a tierra y mar, y se mezcla con el aire. Así también el Espíritu, presente a cada uno de los dispuestos a recibirle, como si cada uno fuera el único, proyecta suficientemente sobre todos su gracia íntegra: de ella gozan los participantes según la capacidad de su misma naturaleza, y no según la posibilidad del Espíritu.
 
 Por medio de él tenemos la elevación de los corazones, la guía de los débiles y la perfección de los proficientes... De ahí el previo conocimiento del futuro, la inteligencia de los misterios, la captación de lo oculto, la distribución de los carismas, la ciudadanía celestial, la danza con los ángeles, la alegría interminable, la permanencia en Dios, la asimilación a Dios, y el deseo supremo: hacerse Dios
 
... Y el Espíritu Santo, el que distribuye los grandes y admirables carismas, el que realiza todo en todos, nada dice de sí mismo.... (El Espíritu Santo, San Basilio de Casarea).