Orar
Espino de Viernes Santo
ESPINO DE VIERNES SANTO

En el rincón de un recinto
donde la pena moraba
y a muerte todo sabía,
crecía un espino punzante
que sin vida parecía,
olvidado simplemente.

Ni primavera alfombrada
a cortejarlo venía,
y en los inviernos crueles,
el hielo y la nieve fría
al posarse en su ramaje
más abrupto lo volvían.

Sin embargo aquella noche,
castigadas las estrellas
por los rumores de burlas,
de sollozos y dolor,
vio al espino retorcerse
en manos de un segador.

Con destreza de artesano
trenzó el espino cortado
y, mientras bullía en su mente,
el fin para el que lo hiciera,
sangre le dejó en las manos,
porque el herir es su esencia.

Nunca tuvo aquel espino
ambición más elevada
que secarse en su rincón
sin tan siquiera servir
para el fuego reavivar,
si tocarlo ya es sufrir.

Ni aspirar que lo pensaran
para alguna utilidad,
si en él todo era reprochable:
sin belleza ni color,
sin flor o fruto sabroso,
sin jardinero ni amor.

Trenzado sin gran cuidado,
tomó forma de corona.
Seca y afilada espina
como una joya lucía,
ignorando qué cabeza
este trofeo merecía.

Las manos que lo trenzaran,
con sarcasmo y arrogancia,
al grito de : “¡salve, rey!”
lo incrustaron con bravura
en una cabeza humana
sin figura ni hermosura.

Las espinas temblorosas,
al contacto de esa frente,
sintieron que se hacían carne
del hombre que las tomaba
y su sabia, hecha calor,
con su sangre se mezclaba.

Despreciado en un jardín,
aquel espino sin gloria
parte formó de la historia
de la Pasión del Señor,
como sagrada reliquia
que la Iglesia veneró.

Señor que bien me conoces,
yo espino me sé también,
dame, en tu misericordia,
cambiar espinas de hiel,
por tu presencia divina,
que troca males en bien.

Dame sentir en mi vida
la grandeza de tu amor,
que al perdonar mi pecado
tanto dolor te costó
y el arropar mi miseria
de espinas te coronó.
RM de Daimiel