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Los Salmos de mi pueblo

LOS SALMOS DE MI PUEBLO

LA VENERABLE SOR FILOMENA, MONJA MÍNIMA

 

1.      Inclinémonos respetuosamente ante la mujer fuerte,

La monja mínima que obró grandes cosas siendo mujer débil.

 

2.      Su cara era pálida, su color de cera, su mirada mística y su voz plácida.

 

3.      Su hablar era dulcísimo como balido de oveja; hablaba de Cristo como una extasiada.

 

4.      Su corazón fue un incensario y sus labios el altar del timiama.

 

5.      Fue su corazón un arpa de David, el amor le dictaba los salmos, sus labios los recitaban ante el Sagrario.

 

6.      Padecía de amor, que es enfermedad de Serafín, que es enfermedad del cielo.

 

7.      Su corazón suspiraba por el cielo, lloraban sus ojos, como los cautivos pensando en su patria.

 

8.      Su vida fue una oda de amor, una jaculatoria continua, un pentagrama de notas dulcísimas.

 

9.      Profetizaba como Ana, penetraba los secretos del corazón, veía en las lejanías del futuro, anunciaba los días desgraciados y los felices.

 

10.  Fue escritora divina, sabia en teología, dulcísima en mística.

 

11.  Su boca destilaba miel de buenos consejos, de su pluma volaban santas enseñanzas.

 

12.  Admiremos a la gran penitente, tanto como Antonio, tanto como los Stilitas.

 

13.  Llevaba corona de espinas, hacía penitencias rigurosas, ayunaba a pan y agua.

 

14.  Siguió a Cristo por la calle de la Amargura, subió con Cristo la cuesta del Calvario.

 

15.  Admiremos a la esposa de Cristo, como a nueva Teresa, como a nueva Gertrudis.

 

16.  Como girasol, estuvo siempre de cara a su Amado, le amaba como el pájaro ama la aurora.

 

17.  Sabía rimar epitalamios, baladas de amor; sabia idilios y cánticos místicos.

 

18.  Como la lámpara del Sagrario se consumía de amor, como el cirio de cera iba consumiéndose ante el Santísimo.

 

19.  Su amor fue ardiente como el Sol; no conoció ocaso, por esto el Amado la introdujo en la bodega de sus dulzuras.

 

20.  Su pecho era un sagrario; su corazón, custodia santa donde reposaba cada mañana el Altísimo.

 

21.  Las horas más gloriosas de esta Sunamitis, cuando lo recibías en su pecho: las horas de sus idilios, de sus éxtasis y coloquios.

22.  El Señor le musitaba amores, le revelaba secretos de su Corazón, ponía en sus labios ambrosía.

 

23.  Dulzura tanta no cabía en la copa de su corazón, y quedaba semi-desmayada.

 

24.  Su Amante y sus ángeles la sostenían dulcemente reclinada; ella lloraba de dulzura.

 

25.  Era la envidia de los serafines, de tanto como el Señor la amaba.

 

26.  Fue la más hermosa entre las hijas de Jerusalén; el Rey la quiso en su tabernáculo.

 

27.  Fue la virgen prudente; siempre tuvo la lámpara encendida; el Señor la quiso por Esposa.

 

28.  El Señor la encontró vigilante; imprimió en sus mejillas el beso del amor.

 

29.  Su Amante la abrazó; la coronó de espinas y de rosas.

 

30.  Le dejó gustar la copa amargante de Getsemaní; también le dejó probar el vino dulcísimo de la última cena.

 

31.  Jesús la invitó a subir el Calvario, y también la invitó a subir el Tabor.

 

32.   Admiremos a la hija humilde de San Francisco, la que restauró la Orden de los Mínimos según la mente de su Fundador.

 

33.  A la que se hizo pobre por Cristo, a la que llevaba un vestido sencillo, se levantaba a media noche y andaba descalza.

 

34.  Su nido fue la celda; su jardín la enrejada del coro de la iglesia del Pati, de Valls.

 

35.  Sus manos no estuvieron ociosas; regaba las flores del jardín, cosía la estameña, hacía sandalias, trabajaba para el embellecimiento del templo.

 

36.  Dio luz de buen ejemplo, fue como la luz del candelabro  puesta sobre las alturas.

 

37.  Los lirios del jardín del convento le envidiaban su pureza, las rosas su amor, las dalias su modestia, la pasionera su paciencia.

 

38.  Despedía olores de ungüentos, de esencia y de mirra; sus olores se esparcían fuera del convento.

 

39.  Mi ciudad sintió, como toda la cristiandad, fragancias de magnolias y de violetas que salía del convento de las Mínimas.

 

40.  Y se esparció por todo el mundo que en Valls había muerto una santa.

 José Grau, Pbro.