Daimiel (Ciudad Real)
Una luz en mi vida

TESTIMONIO  DE  UNA  MÍNIMA

Señor Jesús:
Hoy quiero recordar ante ti y dar testimonio de mi encuentro contigo. Muchos se preguntan cómo es posible que un joven, una joven, lo deje todo y entre en un monasterio de vida contemplativa.
Hoy quiero ofrecer mi testimonio personal
como una pequeña luz ante tu luz infinita.
Me gustaba estudiar y deseaba encontrar un puesto
para ser alguien en la vida.
Me afanaba y me preocupaba por tantas cosas...
La vida me ofrecía muchas posibilidades
y era preciso prepararse bien y elegir para ir prosperando.
Mientras tanto me iba alejando de ti, cada vez mas me perdía.
Había que pasarlo bien
y en el fondo buscaba una felicidad que no llegaba.
Al final de las fiestas, después de las risas y la alegría somera,
quedaba siempre un vacío... ¿Es que no es posible la felicidad en esta vida? Pero aún no comprendía que mi corazón sólo lo llenaría tu presencia,
que eres el único capaz de dar plenitud a una vida.
Pero Tú siempre bueno y fiel estabas a mi lado, me seguías.
Hasta que aquella tarde, te hiciste el encontradizo y todo cambió.
En aquel frío mes de enero, todo cobró nueva vida.
Allí desde tu cuna, niño débil y necesitado,
ofreciendo tu pobreza, tu pequeñez, tu humildad...
Fue tan solo una mirada tuya…
¡si tú quisieras! -me decías.
Mi corazón que buscaba, que trataba de descubrir, que se interrogaba en tantas cosas...
Preguntaba ¿qué Señor? ¡Sigue hablando, no te pares!
Pero bastaron tan sólo aquellas palabras breves "¡si tú quisieras!"
y una mirada, una mirada que me había cautivado
y sin saber aún a qué me comprometía,
pero movida por aquella fuerza, sabes que te dije:¡Sí!, lo que tú quieras! Era como firmar en blanco. Apenas si entendía nada.
Sí, Señor, Sí, lo que Tu quieras. Me fío de ti, me fío de tu palabra.
Sí, sí a todo. El sí fue a tu persona...
Entonces suavemente me señalaste aquel monasterio.
Enseguida acudieron a mi mente mis deseos de estudios, mis proyectos de futuro y hasta mi primera ilusión de ser misionera.
Pero, Señor, si estaba dispuesta, si todo te lo daba.
Si quería extender tu reino para que otros te conocieran...
Sí, me dijiste, serás misionera a distancia.
Ya no importaba lo que hiciera.
Se trataba de entregar la vida, de darlo todo,
de seguirte a ti que eres luz, verdad, amor y vida.
Todo para ti, Señor!.
Mis veinte años puse en tus manos. Para ti toda mi vida. Ya no tengo otra ilusión que Tú mismo. Tu ser personal me cautiva.
Y desde aquí, desde mi clausura,
trato de ser misionera, de mantener la llama encendida
para que arda el mundo, para que todos tengan vida.
Para que otros prediquen y alumbren,
yo me gasto en silencio manteniendo la llama encendida.
Como el grano de trigo caído en el surco
que muere para que brote la espiga,
como Tú desde la cruz, que amas, perdonas y por todos entregas tu vida, como desde el sagrario, como tu presencia eucarística
que oculto bajo las especies te escondes dando la vida.
Así, tras unas rejas, entre muros, como cautiva de amor
mi vida se gasta en silencio:
por los que no te conocen,
por los que te ignoran o te olvidan,
por aquellos que nunca sabrán que existe este modo de vida,
por los que pasan hambre y frío, por los pobres, por los enfermos, por los que padecen la guerra tan inhumana e injusta...
por todos, Señor, te he ofrecido mi vida.
Ya no tengo más que darte, ya solamente soy tuya.
Señor, hoy te presento este testimonio por si te vale,
mi pequeña luz ante tu luz infinita.
Por todo te doy las gracias... Por todo tu amor sin medida.
Te pido por tantos jóvenes que te ansían, que te buscan y que luchan con tanto anhelo por dar sentido a su vida.
Sal como peregrino, habla, mira... atrae con tu fuerza
sigue llamando y ofreciendo:
por nuestra nada, tu plenitud infinita
por nuestros pocos días, una eternidad sin medida.
Regala felicidad, paz y amor
a tantos jóvenes que del mundo están hastiados,
que todo les deja vacíos
que pasan de todo,
porque no encuentran lo que su corazón ansían.
Señor, Jesús,
hoy te hacemos esta oración, con fuerza, con valentía:
¡¡Llama, míranos y danos tu vida!!

M.L. Monja Mínima