Daimiel (Ciudad Real)
Testimonio de una novicia
“A Dios es imposible conocerle y no amarle, amarle y no seguirle”
Creo que estas palabras encierran de alguna manera el misterio de la vocación, no sólo a la vida cristiana sino también a la vida consagrada. ¿Quién puede descubrir el amor tan grande de Dios y no querer responderle de igual forma?
En esto creo que puedo resumir mi historia vocacional. Para mí, el llegar a conocer a Dios y el descubrir su amor me ha dado la vida, y realmente me ha sido imposible no enamorarme de Él y querer entregarle por completo mi vida .
Conocí a Jesús cuando tenia 18 años, nunca antes había oído hablar de Él. Vivía mi vida como cualquier joven de hoy, sin embargo desde muy niña sentía un vacío muy grande que no sabía explicar; recuerdo que solía preguntarme muchas veces: ¿para qué existo? ¿qué sentido tiene la vida?
Y siempre pensaba “tiene que haber algo más”.
Sabía que existía Dios, me habían bautizado de pequeña, pero nunca me inculcaron nada y en casa se hablaba poco de Dios. Hasta que en un momento difícil de mi vida, alguien me invitó a que me uniera al grupo de Confirmación de su Parroquia; yo acepté, pero lo hice sin pensarlo mucho y sin darle mucha importancia, la verdad no tenía ni idea del encuentro tan hermoso que me esperaba.
El primer día que asistí a las reuniones de Confirmación y escuché hablar de Jesús, de su amor y de cómo había muerto en la Cruz por mí y por todos, me impactó muchísimo. Recuerdo que de la emoción empecé a llorar y me dije a mí misma “no sabía que alguien me amaba tanto y que nunca había estado sola” Ese mismo día le dije al Señor, “Señor te abro las puertas de mi corazón para siempre” Así empezó una hermosa aventura de amor.
Comencé a integrarme de lleno en las actividades de la Parroquia; me uní a la Comunidad Juvenil y fue así cómo poco a poco fui descubriendo que Él me pedía algo más, que me quería toda para Él y entonces para mí fue imposible negarme a su llamada.
Por eso hoy, a pesar de mi poco tiempo de caminar cristiano y de mi caminar en la vida religiosa, puedo decir que realmente el saberse elegida por Dios de una manera especial, a participar más íntimamente de su Misterio Redentor, viviendo de manera exclusiva para Él, es un don muy grande, del cual no soy merecedora. Sólo puedo dar gracias día a día y decir con el salmista “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”.
Quiero decir a los que lean estas líneas, que realmente conocer a Jesús y seguirle es lo más grande que nos puede suceder. Cada día experimento con mayor profundidad que, si bien es cierto que el caminar cristiano implica una renuncia y una renuncia que no siempre es fácil, descubres sin embargo que al renunciar recibes la vida, sí, vas descubriendo que tu ser se ensancha, que ya no eres la misma persona, que Dios te empieza a transformar y te lleva a la plenitud. Porque eso es lo que quiere Dios, que seamos plenos.
Creo que esto mismo fue lo que experimentó Sor Consuelo y lo que la impulsó a empeñarse por la santidad. Realmente ella supo descubrir el amor de Dios en su vida y ciertamente respondió a ese amor con integridad.
Para mí, Sor Consuelo es un gran estímulo y hoy que me encuentro en esta Santa Casa donde ella vivió y se santificó, me anima a luchar y a perseverar en mi vocación; también me ayuda a pensar y a darme cuenta que la santidad no es para unos pocos, sino que es para todos.
Por eso hago oración estas palabras de Sor Consuelo, que junto a ella hoy quiero repetir: “Quiero ser dócil, muy dócil en manos del Divino Artífice, para que Él haga de mí lo que le plazca".
Que el Señor, a cada uno de nosotros en la situación concreta en que vivamos, nos dé la gracia para responderle con integridad y sin medianías. A Él le pido que muchos más sepan descubrirle y amarle de verdad.
Sor Lucía (Yunitza de 21 años),
novicia