Grottaferrata (Roma, Italia)
Testimonio de Sor María de Jesús
EL AMOR DE DIOS ES VERDADERAMENTE
INMENSO Y MISTERIOSO
 
Yo me llamo Sor María de Jesús Resucitado, mi nombre de bautismo es Ofelia.
Nací en una familia muy pobre y numerosa, soy la onceava de trece hermanos; desde pequeña trabajé mucho y no obstante que tenía muchos hermanos, siempre me encontraba sola o a veces con un hermano que para mí fue como un padre, porque él tomó la responsabilidad de mi familia.
En mi familia siempre se ha vivido por la  fe, sobre todo mi padre, que tiene una fe muy profunda y no se lamenta nunca de nada.
Mi padre nos ha educado en la fe, ya que él se interesaba más de las cosas espirituales que de las cosas materiales, precisamente por su confianza en el Señor.
Cada noche, antes de ir a la cama, nos llamaba a leer un pasaje bíblico, pero yo siempre ponía pretextos para no escucharlo.
Todos los domingos me mandaba a la pequeña iglesia de mi pueblo para escuchar la Palabra de Dios y al regresar a mi casa, me llamaba para compartirla con él, para ver lo que había entendido. Para mí escuchar la Palabra de Dios era un aburrimiento, yo iba porque había encontrado unas amigas con quienes jugar y platicar. Hice mi primera comunión a los trece años porque no me gustaba asistir al catecismo.
Tenía unas amigas que habían frecuentado un curso de formación humana y cristiana con las Hermanas de San Juan Bautista en la ciudad de Oaxaca, y me invitaron a participar, pero yo no quería ir. Después de mucha insistencia finalmente me decidí, pero no quise que me acompañaran, solamente que me dieran el dinero que necesitaba para viajar, aunque desde mi pueblo hasta la ciudad se necesitan más de ocho horas en autobús.
Mi padre tuvo que hacer un grande acto de confianza en mí al dejarme ir, porque en ese periodo quería ir también a los Estados Unidos a trabajar.
Cuando llegué al colegio de las Hermanas sentí inmediatamente que algo cambió dentro de mí, sentí una grande serenidad y paz como si empezara una nueva etapa de mi vida.
Estaba por terminar el curso cuando fue mi padre a recogerme y todas las Religiosas le preguntaban: “¿pero porqué no venía a visitar a su hija?” Y mi padre sonriendo respondió: “porque yo ya la he puesto en las manos del Señor y como sé que este  es un lugar seguro, no me preocupé”.
Cuando regresé a mi casa ya nada me satisfacía y quise frecuentar otro curso. En este periodo llegaron las Monjas Agustinas para hacer propaganda vocacional con las jóvenes que se encontraban ahí. Me dio curiosidad, pero no dije nada porque quería hablar antes con mis padres.
Entretanto llegaron las Monjas Mínimas y me dio todavía más curiosidad. Una de las Religiosas del colegio me dijo: “¿Tú no sientes el deseo de consagrar tu vida al Señor?” y yo le dije: “Sí, pero quiero hablar antes con mis padres, porque yo no hago nada sin su opinión” y ella me dijo: “Está bien, pero tú ya eres mayor de edad y por lo tanto la decisión la debes tomar tú y no tus padres”. Tenía ya 18 años.
Después de algunos días regresaron nuevamente las Monjas Mínimas y precisamente en ese día llegó también mi padre a visitarme y así pude decirle: “Papá, me quiero ir con las Monjas”. Él me dijo que sí; habló con las Monjas y se comprometió a convencer a mi mamá.
Regresando a mi casa comuniqué mi decisión a mi familia, pero todos se pusieron contra mí, porque no querían que yo me fuera, excepto mi padre y uno de mis hermanos. Mientras tanto las Monjas Mínimas me llamaban constantemente por teléfono para animarme a poner la fidelidad a Jesús antes que el amor a mi familia.
 La última palabra tenía que ser la de mi padre y por eso todos mis familiares le insistían para que no me dejara ir. Yo sufría mucho porque mi padre venía a llorar y a desahogarse conmigo. No era fácil ver a mi padre así. Mas ahora agradezco incesantemente al Señor porque se sirvió de mi padre para ayudarme a realizar su proyecto de amor.
Entré en el Monasterio el 19 de Noviembre del 2004.
No sabía que significaba la clausura, aunque las Monjas me habían explicado algo. Me costó mucho inserirme en la Comunidad, sobre todo compartir mi vida con las demás, y establecer relaciones fraternas auténticas y profundas.
Durante mi formación he experimentado la ayuda de Dios, he sentido verdaderamente su presencia en mi vida, sobre todo en los momentos más difíciles, en los momentos de oscuridad. He comprendido como Dios ha tenido que trabajar mucho en mi vida, pero a pesar de que muchas veces intenté darle la espalda, El siempre intervino dándome la capacidad para continuar caminando en medio de mis debilidades y pobrezas.
Pronuncié el Sí a Jesús con la profesión de los votos temporales el 14 de Junio del 2009, fiesta del Corpus Christi.
 El día de mi Profesión me sentía muy feliz porque finalmente Jesús había aceptado mi deseo de consagrarme a El para toda la vida y al mismo tiempo me sentía muy emocionada porque estaba consciente que iba a recibir un don tan grande que cambiaría el curso de mi existencia.
En esos momentos me sentía tan importante que me parecía que Dios me miraba y me escuchaba solo a mí. Nunca había experimentado así su presencia, que me llenaba mi corazón de tanto gozo y de tantas gracias, que tal vez jamás podré comprender y agradecer al Señor.
El amor de Dios es verdaderamente inmenso y misterioso.
Ahora que soy monja profesa puedo decir con mayor conciencia que Dios verdaderamente está presente en mi vida, siempre lo estuvo y nunca me abandonará.
Me siento muy contenta por haber sido consagrada al Señor y le pido la gracia de ser siempre fiel a esta vocación que de El mismo recibí.
 
 
 
Sor María de Jesús Resucitado
(Ofelia Baños Ríos)